La calidad y tratamiento de la imaginación como fuente inspiradora de emociones pone en entredicho, una vez más, las producciones que salen de Hollywood. El poder de la imagen quiere suplantar a la impronta de ideas innovadoras. Paul Weitz repite el producto llamativo que entra por los ojos, pero se indigesta al primer bocado.
¿Cambiará alguna vez ésta, su mentalidad troglodita? |
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La filosofía de la productora Lauren Shuler Donner despeja cualquier duda sobre sus intenciones a la hora de escoger el guión. La comicidad del proyecto escrito por Weitz (American Pie) triunfa ante la seriedad presentada por Brian Helgeland, trabajo a partir del cual Weitz comenzó su argumento. |
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Lo insulso del guión no merece una gota de atención salvo la necesaria para estudiar sus carencias. Derrocha monotonía envasada en efectos especiales cada vez más aburridos, convertidos en alma máter del cine fantástico proveniente de USA.
La película de Paul Weitz es un instrumento carroñero adolescente que no aporta el menor gramo de intención asustadiza, como el título da a entender. |
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Su vaga configuración no atrapa a los amantes del género terrorífico.
Tampoco hay que esperar una historia vampírica con toques románticos que finaliza entre babosos reencuentros predecibles. El trayecto, desde principio a fin, se postula malo excepto para los incondicionales menos exigentes de Darren Shan, evidentemente. Es una desilusión cómica con intentos de mensaje social a cerca de la fidelidad, la amistad y las ganas de conseguir un sueño. |
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No masacrar a alguien con una opinión adversa es un ejercicio respetuoso de praxis recomendada. El director Paul Wietz tiene una tabla de salvación al encontrarse ante su incursión en el cine fantástico. Le esperan más trabajos para corregir los errores cometidos y, sobre todo, no buscar la redención de El Circo de los Extraños con el continuismo que generan segundas partes. |
La mediocridad de este engendro se disimula con el trabajo John C. Reilly (Larten Crepsley), vivificando su personaje, y Michael Cerveris (Mr. Tiny/Sr. Diminuto), encapsulado en una obesa y excéntrica caricatura humana de carnosa presencia con intenciones repulsivas.
John C. Reilly, catapultado por Brian De Palma en Corazones de Hierro (1989), figura entre lo humano y sobrenatural. Su interpretación mezcla el dramatismo maduro con la desazón adolescente dentro del aburrimiento provocado por El Circo de los Extraños.
Willem Dafoe se llena de expresividad en una breve, y agradecida, aparición. Funciona como un secundario sobresaliente, de rasgos dalinianos y coloristas.
El lado femenino que representa Salma Hayek (Madame Truska) embadurna de carmín cuarentón este mundo friki. Ken Watanabe (Mr. Tall/Sr. Alto), y su recuerdo en Memorias de una geisha, suelta un hedor de refinada maldad oriental con pretensiones vengativas. |
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El alma comercial de El Circo de los Extraños, sin chispa, resta solvencia a una lograda fotografía oscura, minimizando su objetivo tétrico.
El vampirismo es una justificación para dar vida a una saga de personajes circenses que recuerdan con añoranza al universo estrafalario inmortalizado por Ulrike Ottinger en Freak Orlando dentro del cine serio. |
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