Quizá esta película se debería haber titulado Winston, porque lo que descubre es un personaje que no tiene nada que ver con la idea histórica que se nos ha transmitido del político Churchill. Y es más, en sus ciento diez minutos de duración, creo que el apellido aparece, si acaso, una vez. ¿A propósito? no lo se, pero la intuición y el desarrollo de la película, me llevan a pensar que así es. En todo momento se nos muestra un ser —un anciano— débil, titubeante, perdido, desequilibrado, pero que, al mismo tiempo, como terco vejete, o niño berrinchudo, pone en pie de guerra todos los recursos para salirse con la suya, aunque, inerme ante los hechos consumados, con rivales más fuertes, jóvenes, orgullosos, seguros y de mano férrea, finalmente tenga que claudicar.
Con una idea propia de cómo hacer las cosas, sí, pero obsoleta y alejada de los recursos técnicos y humanos del momento. ¿Cómo enfrentarse, entonces, al poderío de quien pone el dinero, las armas y los efectivos? “Quien paga, manda”, es la contundente sentencia. |
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Con la visión que el director australiano Jonathan Teplitzky y el historiador y guionista Alex von Tunzelmann nos trasladan, mal se puede entender que este caricaturesco hombre fuera reelegido, pocos años más tarde, en una segunda ocasión, como Primer Ministro de un país con la experta, asentada y cuidadosa tradición electoral de Gran Bretaña. ¿Hay fallos en la documentación psicológica del personaje o ha sido la historia la que, una vez más, nos ha mentido con descaro?
En su acto de entrega del Premio Nobel de Literatura en 1953 se subrayó que se le concedía «por su dominio de las descripciones biográficas e históricas así como por su brillante oratoria en exaltada defensa de los valores humanos»; creo que éste es un punto que la película refleja con toda perfección: construía sus discursos con prolijidad admirable y los portaba hasta la exaltación llevado por el entusiasmo de su propio carácter. Quizá sea ésa la faceta que ha quedado como definitoria del personaje. Quizá sea ése el recuerdo que el propio pueblo ha querido mantener en la memoria. Quizá la película nos esté mostrando la desconsoladora evolución de un ser humano otrora lúcido y exitoso. |
Drama intimista, repetitivo en la narración de los conflictos interiores del protagonista. Neurótico iracundo y bebedor contumaz al que sólo son capaces de volver a la realidad los aguijonazos puntuales de esposa o amigos, sin faltar la gota meliflua de la guapa secretaria.
Obra con casi un único papel relevante, para fortuna y lucimiento de Brian Cox, que aporta la solidez suficiente para salvarla del naufragio, aunque él mismo quede bastante amordazado por el guión. Buena interpretación, en general, de los personajes secundarios que quedan diluidos por falta de labor. Destacar a Miranda Richardson como Clementina. |