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CINE Y ESPECTÁCULOS
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ENTRE LA TRAGEDIA Y EL BOSTEZO
Película "120 pulsaciones por minuto"


J. G.
(Madrid, España)

120 pulsaciones por minuto
  Ficha Técnica Video
En 1989, el SIDA era un jeroglífico indescifrable, una amenaza ante la que la política, y el resto de la sociedad, hacía oídos sordos. Las autoridades francesas la arrinconaron con el cinismo que caracteriza a los ignorantes escudados en el miedo a lo desconocido. El SIDA se convirtió en el nuevo virus social que cabalgaba a sus anchas mientras el colectivo de afectados Act-up plantó cara al desaire de François Mitterrand y desprecio general. El activismo político de esta comunidad revive la desesperación de una juventud agonizante e incapaz de resignarse ante la indiferencia gubernamental. Su desamparo crece gracias a la manipulación de los laboratorios farmacéuticos que hacen del síndrome de inmunodeficiencia adquirida la gallina de los huevos de oro.
Robin Campillo presenta el testimonio de afectados directos en clave de drama que toca tanto el documental como la ficción.
 
'120 pulsaciones por minuto'  
Saliendo del armario
Los protagonistas, dentro de una esfera participativa, convierten la acción directa en arma reivindicativa y pedagógica tachada como nueva táctica de sabotaje terrorista. A pesar de esa conciencia social basada en el consenso, los protagonistas hablan y discuten sin cesar pero no logran trasmitir el mensaje de emergencia que buscan. Sus reuniones son un espejismo del 15-M que no sorprende, un ejército de muertos vivientes luchando por no aumentar sus filas. Campillo presenta este activismo de manera ordenada; mezcla el problema social con la intimidad nacida en el destello de un explosión inesperada. Gracias a la toma de decisiones asamblearia, palmadas sordas incluidas, una nueva cultura participativa estaba naciendo. 120 pulsaciones por minuto pierde solidez debido a un metraje cansino (140 minutos) e innecesario; se aleja del espíritu de fiesta con que Matthew Warchus mostró el compromiso homosexual en Pride.
Las reuniones de Act-up son un espejismo del 15-M  
Miembros de Act-up en una acción directa contra el gobierno francés
El contagio une y rompe vidas, una paradoja que Campillo revive sin dejar huella. Hay rabia, dolor, amor, deseo, sexualidad, cariño, militancia y frialdad en el ambiente; se trata de una cinta incompleta y bienintencionada con la que sólo los simpatizantes de Act-up alcanzan las 120 pulsaciones por minuto. La conexión entre este movimiento y la aparición del SIDA consigue lo que pretende: crear nerviosismo donde, hasta ahora, reinaba una paz aséptica. Arriesga con la fuerza de la acción sin violencia callejera, irrumpe en lo acomodado del sistema, rasga la piel de las jerarquías política e industrial. El chaparrón que le llueve al gabinete del PSF francés, a pesar de despenalizar la homosexualidad, no pasa desapercibido. El sexo tomado con precauciones comienza a valorarse y respetarse. El amor surgido por la fascinación culmina, casi siempre, en éxtasis sexual, y la atracción se deja llevar por las hormonas. La discoteca se convierte en madriguera de sombras cómplices, su música en compañía seductora: una metáfora de la desfiguración progresiva.
Nathan (Arnaud Valois)  
'120 pulsaciones por minuto' es dolor en las calles

No hace falta descubrir 120 pulsaciones por minuto para comprender que todos somos portadores de riesgo, pero ayuda. Resulta impactante en algunas escenas; sobrecoge, con matices, y no emociona.
La política aparece como un enemigo de la sociedad mientras la destrucción llama a sus puertas entre lágrimas poco creíbles empañando un visionado que termina por aburrir. Sólo la fotografía de un Sena teñido con rojo sangre, y el montaje en busca del dinamismo documental, destacan en esta película cuyas expectativas superan al resultado.

J. G.


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