Los prolegómenos a la final de 1980 en el All England Lawn Tennis and Croquet Club londinense más que reconfortar, inquietan a Björn Borg como aspirante a la cima por cuarta vez, a pesar de sus 24 años. El dominio de un talento prematuro, y acelerado por elementos externos, se abre para ofrecer el lado más resbaladizo de su consistencia: miedo al fracaso, falta de confianza en sí mismo, una personalidad maniática absorbente.
Las imágenes juegan con los viajes en el tiempo rescatando la infancia del tenista mientras la pista central de Wimbledon aguarda el encuentro definitivo entre dos gladiadores.
Björn Borg y John McEnroe ejecutan su manera distinta de jugar al tenis rodeados por la farándula del espectáculo circundante. El primero es el hombre-máquina que impone sin intimidar, el caballero que deja huella donde pisa con su mirada silenciosa; el segundo, el enano saltarín famoso por sus malos modales ante jueces de pista y público.
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Stellan Skarsgård: su descubridor y mentor; la piedra base sobre la que pivota el gigante tenístico. Además de compartir nacionalidad, es el padre deportivo que ha educado a un muchacho rebelde en la canalización de su fuerza salvaje y el autocontrol; el consejero, conversor de la rabia en motor de su golpe ganador. La mente glaciar de Sverrir Gudnason en el papel de Björn Borg es lo mejor de una cinta personal, Shia LaBeouf (John McEnroe) mantiene el tipo como payasete circense.