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DE VUELTA A LAS RAÍCES
Película "Más allá de las palabras"


J. G.
(Madrid, España)

Más allá de las palabras
  Ficha Técnica Video  
El oscuro que arranca la dualidad tonal es una declaración de intenciones por parte de Urszula Antoniak. El lenguaje subtextual se esconde en la representación de una estatua humana trajeada e impoluta. El distanciamiento separa el pasado del presente en Más allá de las palabras con una opacidad clasista. Se establecen fronteras entre la aceptación y la negación, el renacimiento falso y la continuidad de quien ha olvidado luchar para superarse, el clasismo y el desclasado, la economía mercantilista y su valor humano, la relación cordial y el distanciamiento laboral, la afectividad sin sexo, la pieza del engranaje y quien huye de las ruedas de molino. El impacto visual de la tranquilidad en blanco y negro adelanta sonoridad solapada. Más allá de las palabras es fría y elegante en tonalidades pulcras, medidas, que se adueñan de un ambiente minimalista, austero, ordenado. Los huecos de una pared ametrallada son ojos mudos que acusan y desafían. La actitud vacía lanza la indiferencia de quien se protege con aire burgués en una presencia trasparente, quien espera una cita o quien saborea un apostadero íntimo. Michael es el Mischa polaco que se apodera de la pantalla con naturalidad desde un comienzo antitético a lo forzado. Tanta suavidad calmosa estremece. Su figura trajeada clava la mirada en un infinito fuera de plano, pronostica el suicidio inminente, transitable entre lobo de Wall Street fracasado y alguien con el corazón decepcionado. El porte lo dice todo en su multiplicidad inmóvil, copia de Jean Paul Belmondo. Los errores del hombre moderno se desgranan en un diálogo clave para la continuación del presente. Las palabras cruzadas que Michael, el poeta refugiado y una voz al otro lado del teléfono sostienen sientan las bases entre ciudadanos de primera y de segunda.
 
Michael (Jakub Gierszal) en Alemania es Mischa en Polonia  
Franz (Christian Löber) es el jefe y amigo de Michael
Puestos a especular con el simbolismo de una imagen glacial y rica en matices, el aislamiento acompaña al redoble siniestro de un tambor construido con material reciclado en un paredón comunista polaco. El silencio y las miradas hablan expresivos: movimientos lentos de ojos, una boca tensa sin apretar las mandíbulas, el giro leve de la cabeza que respira inmóvil y el piano pronostican acción, inician un vuelo sin destino. La incógnita permanece como una paloma acurrucada en su hueco habitual sin saber qué depara la espera. Podríamos estar ante un encuadre salido de Roy Andersson y la parálisis surrealista justificada por el nihilismo. La estética milimetrada en la plasticidad de escenas duras plasma violencia moral. Los diálogos desvelan perspectivas dispuestas a la confrontación entre lo flemático de Michael y el vividor despreocupado llamado Stanislaw.
La abogacía representa al mundo superior defendiéndose a sí misma a través de funcionarios privilegiados. Michael es un leguleyo que repite palabras jurídicas para perfeccionar un idioma y solidificar su entidad germana mientras plancha camisas metódico. Franz, su jefe y novio-amigo, defiende las fronteras de la Alemania pura que ofrece oportunidades manteniendo jerarquías. La ciudadanía, la libertad defendida sin pelos en la lengua son actitudes que unos prefieren llevar por bandera mientras otros deciden sobreponer lo circunstancial a lo original. Las palabras de Michael denotan xenofobia controlada por el marco de la ley mientras se dice que la inmigración forma parte del derecho humano fundamental de la autodeterminación. El verbo abandonar tiene una declinación libre que cada uno conjuga a su manera.
Michael junto a Stanislaw (Andrzej Chyra), un personaje que aparece en calidad de bohemio y padre posible del joven abogado  
Stanislaw es una incógnita en la vida de Michael
Los ganadores y los perdedores sostienen una sociedad gracias a la existencia de gente como Michael y el rapsoda que exige vivir en otra patria. El primero agradece que el origen del triunfador no sea importante en el capitalismo. El reflejo de la convicción aria respalda al poder y, por extensión, a la felicidad. La visita de un personaje misterioso convertido en padre transitorio tambalea los muros del equilibrio social. El hombre autosuficiente se convierte en el hijo inalterable ante el anuncio de la presencia familiar. La frialdad entre ambos es directa en el plano-contraplano de Antonioni, alumbra un gesto de lejanía que tambalea la seguridad de Michael. El encuentro de quien ha sido reconocido por el clan con alguien dedicado al arte de sobrevivir pone en jaque la memoria amnésica frente al pretérito. El trato fugaz con un sujeto molesto remueve la estabilidad emocional. Michael es alemán por asimilación y no se identifica con la procedencia polaca. El recuerdo de las raíces tambalea su germanía. Stanislaw arrebata a Darth Vader la frase que pronunció en la película Star Wars: Episodio V - El Imperio contraataca dirigiéndose a Luke Skywalker: «Yo soy tu padre». Stanislaw remueve la incomodidad que obliga a decantarse por una decisión molesta: ser inmigrante o alemán converso. Los dos transitan por lugares oscuros y nocturnos de Berlín. El segundo se siente cómodo haciendo de celestina ante la incógnita sexual de un hombre. La falta de sintonía entre uno y otro es tan formidable que el conocimiento se hace necesario en un contacto inverosímil e insustancial. El bohemio y el abogado exitoso viven una aventura que pellizca lo sentimental sin alcanzar la armonía que genera cualquier visita confortable. El anfitrión hace las labores de guía turístico y dueño de una casa de acogida con quien dice ser su progenitor.
Stanislaw es un residuo de la supervivencia  
Michael lleva a Stanislaw de gira por la noche berlinesa a través de sus clubs

La nacionalidad como valor simbólico categoriza a las personas por su oriundez. Michael es el expatriado integrado que no ha cerrado la cicatriz del ayer; termina por no saber si es alemán, polaco, alemán-polaco o polaco-alemán. No por descansar sobre patas definidas como la inmigración, la identidad, la dualidad Polonia-Alemania o la presencia femenina mínima, Más allá de las palabras es un sofá cómodo. El mérito equilibrista de aguantar actualidad y pasado camina sobre la cuerda floja. Urszula Antoniak habla de racismo, de pertenencia, del milagro alemán, de paternidad, de lastres comunistas, del sometimiento a las reglas del sistema. Michael es femenino con discreción, el soldado que rinde pleitesía a ese corporativismo que le permite respirar como parte del engranaje socioeconómico que él no dirige. Las riendas del poder le hacen sentirse confortable. El caso más complejo de su carrera ha sido defenderse a sí mismo y ahora es el momento de acreditar su valía.
Stanislaw es un fantasma que pasa como un torbellino capaz de despertar las hierbas muertas. La única mujer de esta oda a la soledad es una camarera polaca, Alina: el rincón delicado de Michael, la pieza estable que ha aceptado su condición social. Syd Barrett afirmó: «No future» y Stanislaw podría añadir: «para los inmigrantes que reniegan de su pasado». La expresividad de Más allá de las palabras está en la sugerencia.

J. G.


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