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EL PARTO DE FRANKENSTEIN
Película "Mary Shelley"
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha Técnica |
Video |
Banda sonora |
Entrevista a Haifaa Al-Mansour |
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El sueño de la imaginación crea monstruos. Los monstruos son aportaciones individuales que adquieren un carácter siniestro cuando se convierten en universo colectivo. Mary Wollstonecraft Godwin, injustamente inmortalizada por la historia como Mary Shelley, no creó un monstruo; dejó que su inventiva superara los límites conocidos de la turbación. Mujer avanzada a su tiempo, supo ir un paso por delante de los convencionalismos sexistas que atoraban el avance de la cultura europea decimonónica. La literatura sirvió como válvula de escape a su capacidad creadora. Parió su primera novela a los 21 años, inspirada por un pesadilla que tuvo a los 18. Frankenstein o el moderno Prometeo se convirtió en la obra cumbre de un terror inexplorado hasta entonces aunque su autoría le fuera inicialmente negada. La afición escritora no le viene de un librero ortodoxo convertido en padre áspero sino de las novelas góticas devoradas a sus espaldas. La señorita Wollstonecraft Godwin (Elle Fanning) asiste a un proceso de gestación dolorosa y solitaria salpicado por el cruce de un amor tan pasional como endeble. Percy Shelley, futuro esposo, fue el regazo y turbulencia de su ingenio desbordante. |
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Esta fugitiva de los convencionalismos se dejó atrapar por el mayor de todos: la fidelidad que arrastra al amor ciego. Su marido representa el lado opuesto: la defensa del amor libre, cercano a la postura del admirado Lord Byron. El flechazo entre un apuesto rapsoda, convertido en cabeza subversiva de la poética británica, y una joven ardiente de 16 años prende un fuego inextinguible. Entre esos frentes incendiarios se encuentra Claire Clairmont, la hermanastra de Mary convertida en confidente y relegada a un segundo plano injusto. Su inocencia poco ilustrada cae en las garras de Lord Byron, un hombre voraz sexualmente y misógino, quien entiende a las mujeres como juguete de sus apetitos insaciables. Byron es el provocador y último empujón para materializar el nacimiento de Frankenstein. Mary Wollstonecraft Godwin, poseedora de una mente inquieta y fantasiosa, tan trabajadora como iluminada, respiraba bocanadas de aire literario; hizo de los cuentos de terror sus pulmones y de las historias de fantasmas, su corazón. |
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Mary Shelley es un drama trufado de puntillismo inglés en la imagen, elegante con la cámara, cuidadoso del encuadre, mimoso con la iluminación. Este lujo refinado, más que apadrinar una historia truculenta, recita un poema de Goethe mientras el romanticismo se mezcla con el desgarro. También es una película lineal con historia de amor sin momentos álgidos. La sonoridad de unos diálogos vívidos e inteligentes claman saborear Mary Shelley en versión original: la única manera de apreciar la belleza de un prosa con cadencia versificada. Hay rabia, pasión, ternura, amor hacia la literatura gótica, creatividad plasmada en prosa, versos lisérgicos, estrofas de improvisación orgiástica, necesidad de ir más allá de la muerte en busca de vida, libertinaje bayroniano, celos y promiscuidad, suicidio, esplendor y cataclismo, aburguesamiento y ruina, una maternidad frustrada. |
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La vida de la señora Shelley tropieza con un guion confuso que, en vez de encarrilar la película, da tumbos, distanciándose del enfoque atractivo. El desarrollo patina donde la pasión de los personajes sufre una horizontalidad agotadora. Sin profundizar en la génesis de Frankenstein ni trabajar su parto, Mary Shelley tiene la particularidad de saber alinear un ritmo débil con una ambientación sobresaliente. Los lazos emocionales y talentosos nos ayudan a ver el nacimiento de Frankenstein como algo bello aunque la película de Haifaa Al-Mansour (enorme dirigiendo una joya titulada La bicicleta verde) no llega al corazón. La directora árabe, más que explayarse en el alegato feminista, busca justicia en un sociedad arcaica con la visibilidad femenina. Que el personaje protagónico sea una mujer fascinante y que la historia esté contada con elegancia patente no justifican que la cinta sea tan redonda como la obra literaria. |
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