Las personas se conquistan por el estómago y el corazón en esta borrachera de añoranza, rencor y reconciliación. Aunque el inicio asusta por la cercanía a un Masterchef asiático, se desvanece dejando un gusto agradable a cine inteligente. Su ambiente gastronómico recuerda a la poesía regalada por Naomi Kawase con
Una pastelería en Tokio. Masato indaga en su infancia escondida entre secretos que aparecen en forma de álbum familiar. Los vínculos parentales rotos se deshacen a fuego lento entre dolor y alegría. Las piedras que encuentra en el camino no le impiden alcanzar la solución a su incógnita al tiempo que descubre nuevas texturas aplicadas con destreza oriental a menús personales. Persigue recomponer ese lazo roto y alcanzar el secreto para revivir los placeres del condumio maternal. El regreso al pasado en la secuencia cronológica adereza aromas y colores que reviven su presencia cariñosa. Olores, paladares y sensaciones unificadoras desfilan entre platos elaborados con mimo y caricia: desde el
ramen japonés hasta el
bak kut teh, popularizado en China en un cuento sencillo que esconde regalos sorprendentes.