La amnesia desvanece la memoria. Las ganas de recordar se levantan entre escombros aunque el trasfondo pesimista nos hunde en la impotencia. Cada estruendo mina la seguridad y fortalece la identidad. Amal no sabe contar historias, afirma con cara de princesa destronada; revela la necesidad de relatar su historia, marcada por la amargura. Es una de las víctimas de la
Operación Plomo Fundido sentada frente al sicomoro reventado que ha cobijado su vida. El ejército de Benjamin Netanyahu lanzó, a finales de 2008, una ofensiva contra la Franja de Gaza que acabó con casi una treintena de agricultores de la familia Samuni. Las ruinas de esta invasión hablan a través de una cronista en primera línea. Unos atacaron sin piedad, otros no tuvieron tiempo para defenderse. Stefano Savona, en su segunda visita a Gaza, fusiona angustia con esperanza. La crónica de una catástrofe se ve empequeñecida por el protagonismo de los supervivientes que se recomponen.
Los preparativos de una boda y la animación comparten espacio con espíritu documental. Los trazos a carboncillo potencian la fuerza del mensaje. Su plasticidad centra el peso de la tragedia y la reivindicación de los sueños en blanco y negro con estampas desoladoras y amables. Stefano Savona cuida la imagen lanzando ideas a través de facciones perfiladas con rayas punzantes: alfileres que alcanzan el corazón e irritan al cerebro. Las líneas rasgan el papel nerviosas mientras esquivan los bombardeos israelitas; la rapidez del dibujo compite con la osadía rasante de sus cazas, el terror de rostros indefensos, manos sin cara. Las siluetas se clavan en el oscurantismo de la Historia negra, el martillo de la matanza, la fuerza de la resistencia.