La estética, rebosante de simbolismo, abraza una manera distinta de expresar los conflictos humanos donde el mundo metafísico de la religión ejerce gran influencia en su infancia. La muerte, el pecado, la culpa o la relación padre-hijo alimentaron una educación marcada por el rigor luterano que vio fecundar durante la niñez. La asociación del castigo como ley natural inspira muchas de sus películas; Ingmar Bergman fue producto de una puericia estricta y gris. Sin embargo, no tuvo miedo a quebrar moldes con esquemas rupturistas, dejando caer hilos de un sentimiento torturado que los maestros cubren de belleza áurea. No escatimó esfuerzos por acicalar la pena.
La realizadora holmiense hace un recorrido por una filmografía rica: desde su primer guion,
Tortura (1944), dirigido por
Alf Sjöberg; el inicio como director con
Crisis (1945);
Un verano con Mónica (1953); el reconocimiento internacional en Europa y América del Norte gracias a
Una noche de verano (1955) o la icónica
El séptimo sello (1957), con Max von-Sydow a la cabeza de un drama fantástico. Su figura se vuelve carismática e imprescindible con seis películas a estrenar y la superproducción teatral
Peer Gynt. Se lanzó al vacío del riesgo hasta estos momentos desconocido abordado con una determinación encendida. Fue el rey del blanco y negro entre lo inquietante y la espiritualidad bella de una fantasía virginal que arrastró la influencia familiar, también cosido por sus dudas morales.