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TERAPIA ANTITERRORISTA
Película Mi vida con Amanda


J. G.
(Madrid, España)

Mi vida con Amanda
Ficha Técnica Video Entrevista al director Entrevista al actor principal  
Los niños son más comprensivos que los adultos, saben confiar mejor en ellos y encajan la adversidad con más entereza. Su mente no es tan analítica, por suerte, como la de sus hermanos mayores. La naturalidad de Amanda Sorel la mantiene viva frente a la realidad amarga descrita con ojos más proclives al teatro que al sentimiento. David Sorel es desolación sobreactuada escrita en un trozo de papel;, su sobrina, tristeza sin racionalizar. La fortaleza infantil rompe a llorar con los recuerdos. El vínculo hace de la responsabilidad un hábito que capitaliza lo cotidiano y lo inesperado. El imprevisto tantea a las personas marcadas por la tragedia que se afronta desde ángulos distintos. El dolor se procesa de manera diferente entre comunicador y receptor de los hechos. La fortaleza infantil rompe a llorar con los recuerdos.
 
David Sorel (Vincent Lacoste) junto a su hermana Sandrine Sorel (Ophélia Kolb)  
David y su sobrina Amanda Sorel (Isaure Multrier)
El triángulo familiar que incluye a Sandrine Sorel respira el proteccionismo neurótico de una mujer que necesita ayuda en el cuidado de su hija, la falta de compromiso y el cambio de planes repentino. El instinto maternal recrimina a otros la responsabilidad sobre Amanda y, al mismo tiempo, le concede libertades vigiladas. Los tres viven el presente a su manera en un aura de conformismo familiar que los acontecimientos se encargarán de alterar. Las personas aparecen y desaparecen en un mundo frágil; el ahora devora el tiempo; la muerte y el romance comparten abrazos sin pirotecnia. La frase ‹‹No merece la pena esperar, no hay nada que hacer. Se acabó›› es un final falso, una premonición interpretativa con toques literarios. La verdad no juega al artificio. La mirada cándida dirige una película que camina hacia adelante en vez de exigir repraciones.a
La desgracia congela el gesto ante una imagen insólita. Un fundido a negro cambia el presente, las luces de la calle se convierten en sirenas que alumbran la noche parisina. La conmoción sustituye a la reacción aturdida. La ciudad de los puentes y David amanecen en silencio, bloqueados por lo ocurrido, replegados en el desconcierto y el miedo. La pena se exterioriza con ojos que no saben cómo enfrentarse al dilema de explicar lo inexplicable. ¿Siente pánico por no haber digerido el golpe o por enfrentarse a la incertidumbre de cómo la pequeña afrontará el suceso? El trago duro no conoce la solución mientras mastica la evidencia. Como las cenizas, todo queda en el aire. El relato del incidente distingue las miradas previas a la noticia y el conocimiento de lo sucedido. El contraste entre las lágrimas de un hombre derrumbado, su credibilidad distante, y la tranquilidad de la aceptación infantil, básica en la transición de la película, estremece. A partir de ahora, Mi vida con Amanda es un viaje por París que saca la fibra emocional de dos víctimas que no buscan el victimismo; es una historia que no debe olvidar el sentido transfronterizo del abatimiento y el amor. Tío y sobrina son hijos del terrorismo convertidos en huérfanos que afianzan una familia en vez de destruirla. No se cae en el juego de criminalizar la violencia con nombres y apellidos, tampoco incide en su adjetivación islámica aunque sea un dato que aparece con valor periodístico. El director francés Mikhaël Hers aleja de las referencias a Bataclán que puedan abrir discusiones políticas para acercarse al elemento humano de la catástrofe.
Sobrina y tío caminan tristes por París cuando ya saben ambos la noticia fatídica  
David Sorel (Vincent Lacoste) junto a Léna (Stacy Martin: 'El cuento de los cuentos', 'Nymphomaniac. Volumen 1 y 2', 'Todo el dinero del mundo'), su amor reciente

El rompecabezas familiar incompleto añade piezas rechazadas sin que lo emocional aparezca como punto fuerte de un guion con bajones sensibleros pero defendible. El duelo aparece obligado ante una responsabilidad atrapada por la llamada del cordón sanguíneo. Los lazos familiares se convierten en algo más duradero: la amistad. Como todo buen partido, su evolución exige aguantar hasta el último segundo, metáforas aparte.

J. G.


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