El triángulo familiar que incluye a Sandrine Sorel respira el proteccionismo neurótico de una mujer que necesita ayuda en el cuidado de su hija, la falta de compromiso y el cambio de planes repentino. El instinto maternal recrimina a otros la responsabilidad sobre Amanda y, al mismo tiempo, le concede libertades vigiladas. Los tres viven el presente a su manera en un aura de conformismo familiar que los acontecimientos se encargarán de alterar. Las personas aparecen y desaparecen en un mundo frágil; el ahora devora el tiempo; la muerte y el romance comparten abrazos sin pirotecnia. La frase
‹‹No merece la pena esperar, no hay nada que hacer. Se acabó›› es un final falso, una premonición interpretativa con toques literarios. La verdad no juega al artificio. La mirada cándida dirige una película que camina hacia adelante en vez de exigir repraciones.a
La desgracia congela el gesto ante una imagen insólita. Un fundido a negro cambia el presente, las luces de la calle se convierten en sirenas que alumbran la noche parisina. La conmoción sustituye a la reacción aturdida. La ciudad de los puentes y David amanecen en silencio, bloqueados por lo ocurrido, replegados en el desconcierto y el miedo. La pena se exterioriza con ojos que no saben cómo enfrentarse al dilema de explicar lo inexplicable. ¿Siente pánico por no haber digerido el golpe o por enfrentarse a la incertidumbre de cómo la pequeña afrontará el suceso? El trago duro no conoce la solución mientras mastica la evidencia. Como las cenizas, todo queda en el aire. El relato del incidente distingue las miradas previas a la noticia y el conocimiento de lo sucedido. El contraste entre las lágrimas de un hombre derrumbado, su credibilidad distante, y la tranquilidad de la aceptación infantil, básica en la transición de la película, estremece. A partir de ahora,
Mi vida con Amanda es un viaje por París que saca la fibra emocional de dos víctimas que no buscan el victimismo; es una historia que no debe olvidar el sentido transfronterizo del abatimiento y el amor. Tío y sobrina son hijos del terrorismo convertidos en huérfanos que afianzan una familia en vez de destruirla. No se cae en el juego de criminalizar la violencia con nombres y apellidos, tampoco incide en su adjetivación
islámica aunque sea un dato que aparece con valor periodístico. El director francés Mikhaël Hers aleja de las referencias a
Bataclán que puedan abrir discusiones políticas para acercarse al elemento humano de la catástrofe.