La cara desencajada del soldado desorientado describe el abatimiento que la derrota provoca. La mirada a todas partes ante un horizonte sin perspectiva no encuentra respuesta a la masacre y soledad. La injusticia sacude, desde el principio, una película que no renuncia al espíritu reivindicativo en un largometraje sensorial.
La tragedia de Peterloo, a pesar de su duración (154 minutos), captura la atención mientras el tiempo pasa desapercibido con la cercanía del libro de bolsillo. También es verdad que esa prolongación, antojadiza por momentos, amenaza la estabilidad que persigue consolidar el dinamismo. El discurso social crece con intensidad paciente y segura, amante de la solidez británica, la narración lenta gracias a imágenes de estatismo creciente. Esta soledad se empadrona con agrado en
Manchester de 1819, simpatiza con la gesta. Los choques bélicos pelean los derechos sociales en una sociedad conservadora, retorcida por la hambruna y el impulso de la revolución industrial. La declaración de intenciones utiliza la contienda como arma que defiende el reconocimiento laboral.