Rose-Lynn Harlan no es una joven cualquiera. Su salida de la cárcel supone la entrada en un mundo desconocido durante doce meses: una eternidad alejada de su familia, compuesta por dos hijos pequeños y una madre que se considera marginada. La llegada al exterior le impone reconectar con las obligaciones contraídas en el pasado mientras se cruzan aspiraciones imparables. La música ha sido, y es, parte de su vida; se convierte en combustible de un corazón rebelde. La lejanía familiar provoca el reencuentro frustrante entre una hija rebelde y la madre distante que ha jugado las cartas de una tutela inesperada. El desencuentro es absoluto y el desarraigo inminente, duros como la melodía de una canción sin título. El ansia de libertad resucita esposado por un localizador. Este obstáculo no le impide soñar con el salto a Nashville, la tierra prometida del
country donde su talento despegará ilusionante. La historia se repite salpicada de comedia dramática y los tópicos que conducen el camino hacia la fama, flirteando con lo pasteloso, sin que patine en la conversión de odisea moral.
Wild Rose surge como homenaje hipotético a
The Rose, a la interpretación soberbia de
Bette Midler como perseguidora del sueño alimentado desde cero. Tampoco le importa usar las manos para algo más que aporrear su guitarra.