Algunas actrices han inmortalizado prendas y colores gracias al carisma y sensualidad irrepetibles. El
blanco de Marilyn Monroe en La tentación vive arriba o Kelly LeBrock, y su rojo aireado, siguiendo la música de Stevie Wonder en la canción
The Woman in Red han pasado a la historia del celuloide con plasticidad colorista. El atuendo al que Peter Strickland concede vida se emborracha del rojo sangriento como protagonista espectral de una acción surrealista, tontorrona. Su posesión no oculta la atracción textil para sentirse bien y agradar. La indumentaria se convierte en complemento seductor para quien necesita ser halagada. La historia sencilla se complica cuando la necesidad de aplacar la soledad humana busca una salida en la cita a ciegas. El inicio prometedor de denuncia consumista muere al introducirse en un mundo de brujería y gente rara. Los personajes misteriosos se pasean delante de la cámara con entidad onanista: hay dependientas convertidas en geishas que dan placer a través de maniquíes lubricadores de pornografía barata. Strickland quiere sorprender con sangre de mercadillo y escenas de cine X en ambientes opresivos y protagonismo fetichista. Las agallas del espectador pueden atrasar-acelerar el vómito o el sueño. El director del documental
Björk: Biophilia Live denuncia con morbo sicodélico el mundo de las rebajas comerciales. La parte sentimental de
In Fabric rememora los apelotonamientos ante las puertas de
El Corte Inglés que el reciclaje ha borrado del mapa social. Los grandes almacenes son el centro de una acción disparatada. Sus empleadas visten el uniforme de vampiresas robóticas para personalizar el lugar. El artificio se camufla de originalidad barriobajera.