Johnny English, el agente menos serio de la historia del espionaje, vuelve a la carga. Dicen que los vinos ganan en calidad con el tiempo. Row Atkinson, sin abandonar la vena humorística que le ha hecho singular, ha crecido con un personaje que siempre será niño. La necesidad de compartir este crecimiento responde a objetivos de caja registradora. La tercera entrega de esta saga cocinada con receta propia, se recrea en la nostalgia del personaje cosido a su tiempo, mientras evoluciona guiado por la inteligencia artificial de la informática cibernética.
Johnny English: de nuevo en acción se sumerge en los entresijos de un ciberataque que asola el cerebro del MI7, en pleno corazón de la
city londinense. Pone patas arriba su seguridad mientras el encargado, presa del vicio más moderno, juega con el teléfono móvil. Las alarmas políticas se encienden y el caos llega hasta el 10 de Downing Street emulando al cuartel de la
T.I.A. que, ante la falta de recursos humanos, busca desesperadamente un Mortaledo sacado de los archivos que forman su Empresa de Trabajo Temporal propia. El panorama que se presenta es desalentador con una lista de candidatos envejecidos, y, si algunos no la han palmado, otros aguardan la jubilación mientras se recuperan de la cadera que se rompieron después de tantas misiones suicidas. Al final de la cola, aparece Johnny English como último recurso y opción segura a la incompetencia demostrada. El histrionismo deforme que le caracteriza respeta la moderación y los signos de su torpeza se convierten en tatuaje reconocible.