Para probar hay que experimentar sabiendo que en ese ejercicio pueden perderse vidas humanas. La película dirigida por Damien Chazelle recorre el trayecto que hay desde las primeras misiones simuladas hasta la aparición de Neil Armstrong, traumatizado por la muerte de su hija. First Man (El primer hombre) es un salto al vacío en el sentido más literal de la frase, ganas de contar la historia repetida con seriedad nihilista, la cara y cruz del éxito, la batalla de una obsesión.
La tensión familiar conduce a la ruptura. La mujer como sostén social del calvario interno encuentra en Claire Foy (Janet Armstrong) a la conductora idónea del dramatismo que esconde impotencia, a la intérprete que finge su papel. La película está llena de primeros planos sobre el rostro de Ryan Gosling serio e infeliz, dueño de contención ingrávida. El actor canadiense, acosado por una cámara amante del primer plano, es la antítesis del astronauta patriota cercano a Clint Eastwood en Space Cowboys y su camaradería olorosa a barbacoa. Su mirada mantiene un duelo entre el trauma y la oportunidad, la pérdida y el encuentro de algo novedoso. Encarna el riesgo de un hombre que ve en esta misión una puerta abierta al futuro lleno de incertidumbre. El momento del alunizaje pasa como anécdota fugaz que pone fin a una prueba maratoniana sin disfrutar de su magnitud cósmica. Una vez que Neil Armstrong pronuncia sus palabras históricas, se puede decir eso de misión cumplida.
Opresiva con reparos, repetitiva por obligación, pesada en el tiempo y espacio: esto es First Man. |