Los años 70 del siglo XX forman una parte dura y oscura de la historial social española. La muerte del dictador desempolva la lucha popular, focalizada en los barrios más humildes de Vitoria. Luego vendrían los
Años del plomo Los coletazos del franquismo aun golpeaban las conciencias reivindicativas de los derechos salariales. Las puertas abiertas al cielo de una democracia laboral desconocida durante 40 años comenzaban a abrirse con decisión y temor.
Vitoria se convirtió en foco de la resistencia obrera durante un momento decisivo hacia la mejora salarial. La palabra huelga sale del cascarón convertida en un derecho hasta ahora desconocido. Las comisiones representantes de los trabajadores eran elementos decorativos mientras el empleado no podía hacer nada excepto aguantar hasta que la bomba estalló en la ciudad vasca. El movimiento asambleario preocupaba al Estado español y a una clase empresarial que caminaba de su mano.
Vitoria, 3 de marzo recrea la tensión del pueblo sin buscar que los grises aporreasen sus sueños de dignidad. Las calles vitorianas se convirtieron en ríos de gente manifestándose por un sueldo digo. La iglesia de San Francisco es bautizada como refugio asociativo y humano. La pulsión social que respira en el
barrio de Zaramaga se recrea a través de una ficción bien construida, llevada sin pretensiones, mezclando la imagen documental y las
voces en off de una policía estatal que se mostraban implacable. Víctor Cabaco regala una sucesión de imágenes para la Historia pletóricas de riqueza testimonial que los radicalismos no pueden ocultar ni cercenar. Su quinto largometraje se zambulle en la reconstrucción del momento amargo con un canto al combate que hace del trabajador soldado de una demanda todavía sin resolverse.