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NO SE HACE JUSTICIA A FRANCISCO BOIX:
FOTÓGRAFO DEL HORROR
Película "El fotógrafo de Mauthausen"


J. G.
(Madrid, España)

El fotógrafo de Mauthausen
Ficha Técnica Video
Las puertas del averno se abren sin homenajear a Dante cada vez que se nombra un campo de concentración nazi. En 1945, Europa estaba enfangada por estos albergues de la muerte segura e higiénica, molesta para la pureza aria. En 1982, Primo Levi, inquilino de Auswitch, comenta en su regreso a este infierno: ‹‹El que se adapta a todo [en los campos de concentración] es el que sobrevive; pero la mayoría no se adaptaba a todo y moría››. Francesc Boix fue un español superviviente de Mauthausen que sacó a la luz las entrañas de este basurero humano. Gracias a su vinculación con la fotografía, impulsado por la necesidad de justicia, se convirtió en los ojos de una masacre inhumana. Levi y Boix conocieron el mismo horror para divulgarlo con sus mejores armas: la pluma y las imágenes.
Decir Mauthausen es sinónimo de genocidio. Los crímenes cometidos allí quedaron tatuados en las carnes de sus víctimas como legado de la historia macabra. Mar Targarona propone un camino interesante entre el odio racial y el vandalismo ideológico enardecido por Hitler. Su tercer largometraje es una propuesta interesante gracias al arranque dramático de un aislamiento sombrío y níveo. La fuerza depredadora del invierno a las puertas de Mauthusen se desarrolla pobre y decepcionante. El fotógrafo de Mauthausen es un circo de personajes denigrados a la categoría de excremento; un parque temático funesto donde la vida se esconde presa del pánico. En suelo austriaco, la crueldad se adhiere por defecto a la palabra nazi sin que lo peor de su locura aparezca.
 
Si no te adaptabas al trabajo explotador en Mauthausen, morías  
'El fotógrafo de Mauthausen' tiene un arranque dramático lleno de aislamiento sombrío y níveo
La fuerza diabólica del nazismo en ningún momento se apodera de la pantalla. El contorneo de la supervivencia dibuja entornos demasiado limpios y ordenados con barracones profilácticos, de internado religioso y sin impacto exterminador. Lejos queda la estética artística en su relato atroz, y superviviente, de El hijo de Saúl.
Se plantea una trama potente con ligereza en la composición actoral que no se enfrenta a la violencia nazi ni ahonda en los conflictos internos de Francesc Boix, persona antes que personaje. El trato de favor que gozaba en el laboratorio fotográfico usado para fines policiales motiva el activismo político; articula su compromiso histórico como conservador de este museo vomitivo. La vida interna de Mauthausen, lejos de asustar, pasa de largo como una anécdota visual de valor histórico.
Los negativos llegaban a Francesc Boix escondidos. La resistencia estaba en el interior de los barracones  
Los ojos del Sonderkommando siempre estaban encima de los prisioneros
Mario Casas, en la piel de Francesc Boix, es un títere del nombre que representa. Arrastra el peso de un luchador contra el nazismo sin la vitamina de la credibilidad, grande como actor que no supera la dicción convertida en marchamo defectuoso y personal. El actor gallego, flojo en el papel que representa, está por debajo del dramatismo puro y silencioso de Alain Hernández, merecedor de ser Francesc Boix; un pequeño pero apreciado papel de Macarena Gómez, ojiplática y famélica; la potencia del lenguaje alemán en la maldad fría de Luka Peros; la indolencia aria de Stefan Weinert; la obsesión enfermiza de Richard van Weyden por inmortalizar la obra gráfica del Oberscharführer Paul Ricken; incluso, la escalera de la muerte con su silencio sobrecogedor o la fuerza del dialogo nazi entre generales conscientes de sus atrocidades impactan más que Casas. La muerte es una constante que no asusta.
Las muertes eran una constante en Mauthausen, sobre todo si alguien intentaba escapar  
Sobrevivir en Mauthausen
La fotografía se desvincula de lo trágico y abraza intereses de lente mirona en Mauthusen, no exprime el suspense que clama con brutalidad su reconocimiento. Francesc Boix consiguió esconder la imagen capturada con sadismo e intención documental. Consciente de lo que se le venía encima al esconder los negativos de Mauthausen, surge la pregunta de si Mario Casas entendió esa responsabilidad a la hora de aceptar un papel tan potente como el de este comunista convencido.¿Dónde está el drama de Francesc Boix como persona encerrada en un campo de concentración que le conducirá a la muerte cuando sus servicios fueran prescindibles? ¿Y el estímulo comunal entre los presos, la esperanza por mantener la vida a flote otro día, la angustia de la oveja camino del matadero, la sumisión ante la brutalidad del Sonderkommando que termina por imponer su imperio de la ley golpeadora? El fotógrafo de Mauthausen es un producto que, apoyado en el título atractivo, desaparecerá con facilidad. Pasa de puntillas por el hecho vergonzoso de la aniquilación nazi para aplicar un final acelerado.
Frances Boix (Mario Casa) junto al Oberscharführer Paul Ricken (Richard van Weyden) inmortalizando su obra gráfica  
Frances Boix en un imitación de Robert Capa

Los sueños y las ilusiones campan por Mauthausen con intensidad apagada. Los diálogos poco eléctricos ocupan la glotonería de disparos a boca jarro. Frances Boix vivía en una posición privilegiada que rápidamente supo aprovechar; Mario Casas ha desperdiciado otro papel que hubiera sumado enteros a una carrera teñida de color adolescente. La realizadora Mar Targarona se deja llevar por el vicio de las nuevas producciones: metraje excesivo que no aporta novedad.

J. G.


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