La violencia del tiranicidio empresarial es otra forma de cambio climático que justificamos por inercia sumisa: ¿de que voy a comer? ante el deterioro social y personal. Ricky se parte el lomo, saca fuerzas del agotamiento silencioso, confía en un futuro desconocido, camufla su lectura: la continuidad de la explotación. El fundido en negro que abre esta tragedia urbana podría haberse mantenido durante todo el metraje. Los diálogos son descriptivos en su literalidad. Sin las caras visibles, entenderíamos que este descastado es un náufrago a merced de las olas capitalistas que la llamada economía colaborativa ha levantado: un eufemismo traicionero y mentiroso. En un nirvana de integración mercantilista, el protagonista de esta película amarga y realista es ninguneado con inmoralidad recta. Su calvario es retratado con un lujo de detalles que, en vez de molestar, abre los ojos con dureza mientras damos la razón a
Maquiavelo sin abandonar cierto malestar crítico. Ratifica lo que sabemos: la supremacía, imborrable, del poderoso sobre el débil; del cacique chantajista frente al obrero explotado. Ante la pérdida de ilusión, busca en su furgoneta propia el estribo al que agarrase para alcanzar el grado de autonomía laboral que le saque del pozo.
Sorry We Missed You es la voz del mensajero que certifica un trabajo mal acabado, la meta del repartidor frustrado que cobra por entrega. Mientras, los déspotas de la economía moderna se sienten fuertes en su respeto, donde la confianza demagógica sustituye al contrato escrito.