Hubo un tiempo en el que las mujeres tenían una educación diferente a los hombres. Se les apartaba del mundo real para encerrarlas en un entorno particular destinado a domesticar su naturaleza y cultivar las labores sociales. Sus funciones La labor no iban más allá de complacer al marido, las faenas del hogar y administrar los dineros que el varón proporcionaba.
Semejante tesitura se presenta en la villa alsaciana de
Bitche, en la región de Lorena, como paraíso destinado a la formación femenina de élite.
Juliette Binoche, interpretando a Paulette Van der Beck, y la monja Marie-Thérèse (Noémie Lvovsky) dirigen esta labor instructora de manera metódica fomentando el patriarcado entre jovencitas adineradas. Entre el elitismo pret-a-porter de la primera y la segunda, metida en los faldones de monja por obligación más que devoción, Gilberte Van der Beck (Yolande Moreau), una hermanastras pacífica e ingenua, redondea un cuadro femenino cercano a la
convulsión del 68 que pilla lejos.
El largometraje de Martin Provost, con más fortuna en
Seraphin y
Dos mujeres, mezcla la sátira con el contenido social, permite que algunas risas esperpénticas aparezcan gracias a personajes alocados en forma de monja revolucionaria que vela por sus polluelos desde una atalaya guerrillera.