Las mujeres deberían estar cabreadas con la realizadora por el papel que da a su protagonista. Rosa es el estereotipo de mujer que se carga con todo y a quien todos los marrones cosanguíneos le caen por su bondad excelsa. ¿O será por estúpida y sumisa? Está en las antípodas de la mujer que no arrincona sus derechos, de la mujer actual, de la mujer feminista, de la mujer que no se deja amilanar por una sociedad patriarcal. Ahora, interesa restregar las calamidades que una persona que sufre por la benevolencia que anula su independencia; el reflejo de la madre sacrificio que ha dejado pasar la vida sin disfrutar de la libertad ni el libertinaje; un punto de fémina lobotomizada por su condición sexual que ella ha seguido sin pestañear.
Diego Galán retrataba las penas de la mujer socialmente sobada en el documental
Con la pata quebrada. El largometraje que ahora toca visibiliza a esas señoras calladas que aguantan la vida como una carretilla con fondo convertible. Según se mire, es un volquete donde se vierten las responsabilidades de otros y un cajón bocabajo sobre el que toda la ponzoña vertida por los allegados resbala hasta que un montículo de sedimentos tapa su figura enrobinada.