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EL CASAMIENTO MÁS PATÉTICO DEL CINE ESPAÑOL
Película La boda de Rosa


J. G.
(Madrid, España)

La boda de Rosa
Ficha Técnica Video    
Que se interprete bien un papel mediocre no da garantías de estar ante una película catedralicia y mucho menos ejemplificadora. A veces, el trasfondo interesante, contaminado por la cutrez que dirige un nombre reconocido del cine español, es juzgado como maravilloso. Y es lo que le ocurre a La boda de Rosa, de Iciar Bollaín, mientras acaricia ella falsedad del elogio anticrítico, porque hay motivos para ello. La directora madrileña, después de Yuli, sigue la línea de comedieta tontorrona con algún toque reivindicativo. Se ha instaurado la idea de que meter a una mujer como elemento vapuleado en el argumento da enteros a una película. Bollaín va más allá y en vez de presentar maltrato, ataca con sorna al automaltrato. Hay culpables y una víctima que se deja atropellar angustiada mientras quiere romper las cadenas de una tiranía convencional con raíz familiar. Es una tontería sin originalidad que presume de ser un episodio coral porque hay muchos jaleadores en la trama.
 
Rosa (Candela Peña)  
Armando (Sergi López) junto a Violeta (Nathalie Poza)
Las mujeres deberían estar cabreadas con la realizadora por el papel que da a su protagonista. Rosa es el estereotipo de mujer que se carga con todo y a quien todos los marrones cosanguíneos le caen por su bondad excelsa. ¿O será por estúpida y sumisa? Está en las antípodas de la mujer que no arrincona sus derechos, de la mujer actual, de la mujer feminista, de la mujer que no se deja amilanar por una sociedad patriarcal. Ahora, interesa restregar las calamidades que una persona que sufre por la benevolencia que anula su independencia; el reflejo de la madre sacrificio que ha dejado pasar la vida sin disfrutar de la libertad ni el libertinaje; un punto de fémina lobotomizada por su condición sexual que ella ha seguido sin pestañear.
Diego Galán retrataba las penas de la mujer socialmente sobada en el documental Con la pata quebrada. El largometraje que ahora toca visibiliza a esas señoras calladas que aguantan la vida como una carretilla con fondo convertible. Según se mire, es un volquete donde se vierten las responsabilidades de otros y un cajón bocabajo sobre el que toda la ponzoña vertida por los allegados resbala hasta que un montículo de sedimentos tapa su figura enrobinada.
Rosa en su ceremonia de casamiento particular  
Antonio (Ramón Barea) en la boda de Rosa

La comedia, sin tragedia, tiene chistes de segunda fila con referencias al movimiento #MeToo. Algunas caras célebres rellenan de bótox un caos personal. Por muy conocidas que sean, parecen abejorros que zumban en torno a la figura de una trabajadora sometida por su sexo en busca de una dirección que hace tiempo tenía que haber tomado.
La boda de Rosa es una excusa para decir que en la vida tú eres lo primero que has de amar. No se sabe si Rosa acaba divorciándose de sus promesas playeras o duerme con ellas dispuesta a complacer la anécdota no su continuidad. Cumple con una ligereza que no da para más.

J. G.


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