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EL LABERINTO MACABRO
Película El tubo
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha Técnica |
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Lisa no quiere copiar a Gary Cooper sola ante el peligro pero elabora su versión propia de este enfrentamiento. La situación planteada no es desconocida pero su desarrollo propone esquemas visuales que se apartan de lo convencional. Con esta innovación, y encerrada en una sensación opresiva, El tubo desarrolla un enfrentamiento inquietante ante una realidad inesperada que tiene a la supervivencia como estrella de una trama conocida. La flojera inicial de la suicida en la carretera se basa en una interpretación poco creíble por su gestualidad artificial. La muerte se busca con la comicidad de quien esperar parar un vehículo para atracarlo después. La fugacidad de este lapso, junto a gotas de crisis existencial, es el arranque de la tragedia posterior. El encuentro con un conductor inoportuno abre las puertas a un forcejeo acertado que se aliña sin sobresaltar. La casualidad, otra vez, es el arma surgida en el momento preciso para asestar el golpe adecuado que estimula el corazón del espectador sin alterarlo. La agresión propiciada por una voz inoportuna desencadena violencia física que precede a la psicológica, reina de esta película acertada en el tratamiento geométrico del terror. La pesadilla iniciada en la carretera continúa en otro circuito transitado sólo por el pánico: un laberinto de dimensiones angostas con intenciones asfixiantes. Todos estos elementos se conjugan de manera inteligente para crear sensaciones incómodas que acercan, poco a poco, un dédalo sin intenciones mitológicas. La intriga forzada por alusiones situacionales despierta un interés atrapado en el entorno que remarca la soledad estéticamente mimada. No es sucia ni desagradable sino atractiva en su cuidado pulcro. La tensión psicológica golpea muda lejos de morir en una charco de sangre, producto de atrocidades físicas. Lo único claro desde el principio es la depresión de una mujer que ha escapado de Francia para olvidar su pasado.
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Las interpretaciones filosóficas sobre la necesidad de vivir no tienen sentido a no ser que se quiera especular sobre algo tan sencillo como superar momentos de angustia provocados con maldad. La sucesión de pruebas entre recovecos serpenteantes se centra más en la búsqueda de una salida que en el análisis de su por qué. La soledad está presente en la lucha personal y en encuentros esporádicos con personajes desagradables conectados por tatuajes de identidad extraterrestre. La aparición de algún monstruo incrementa el valor de videojuego a través de conductos con diseño minimalista en busca de una heroína o víctima. El protagonismo residual de otros habitantes en este encierro agudiza la lucha por vivir. La frialdad distante de Lisa da un vuelco hacia el sofoco producido por la impulsividad que sortea la muerte. La feminidad varonil de otra Lara Croft, con menos opciones a valerse de los efectos especiales, esquiva obstáculos ideados por una mente invisible y sádica. La protagonista es un maniquí embuchado en un traje futurista y gimnástico. Su cabello rubio trenzado como muñeca de cuento inocente choca con la lisura inicial. La marca de la casa permanece con artilugios convertidos en beso de la muerte.
El tubo dibuja una sucesión de sobresaltos estudiados que amplifican la efectividad del escenario, no tiene que aclarar nada porque no lo necesita. Lo importante es vivir el momento a la espera a un final que se ansía sorpresivo.
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La fotografía, trabajada dentro de una gama tonal tétrica, se une a un diseño de producción sencillo y elegante que trasmite la hostilidad de un espacio propicio para el ahogo. El instinto actúa de carburante para alcanzar una meta neblinosa sin alternativa a la esperanza. El ambiente cerrado recuerda a Buried, sin el trasfondo impreso por Rodrigo Cortés. El atrevimiento a compararla con la saga Saw no tiene en cuenta la pérdida de masa corporal que esta ofrece. El segundo intento en la dirección de quien fue asistente de realización para Quentin Tarantino en Malditos bastardos y Guy Ritchie durante Sherlock Holmes: Juego de sombras, es sorprendente. El conglomerado de sensaciones que van desde lo positivo a lo más pésimo no dejará impávido a quien busque imaginación con intenciones retorcidas. El guion, reducido en el vocablo, rompe con estructuras conocidas que apuntan hacia lo inquietante. La resistencia permanente choca con la laxitud de un desenlace acaramelado donde la metafísica quiere protagonizar un largometraje que no es de su talla. La resolución, propia del National Geographic, es tan bonita como apocalíptica. |
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