Los nombres esconden una persona a quien la genialidad cosechada también da la espalda. Cuando un director de cine alcanza la fama abre la puerta a la posibilidad del fracaso, sino sería una máquina expuesta a la inteligencia artificial que no sabe interpretar el desacierto como norma. Brian De Palma se ha zambullido en esta sensación de ruptura profunda con la huella dejada por El precio del poder, Los intocables de Eliot Ness o Corazones de Hierro para demostrar que también sabe hacer las cosas mal a conciencia. Lo ha conseguido con Domino, que puede cerrar una carrera repleta de altibajos. La versión positiva de esta entrega invita a la carcajada mientras el director y guionista estadounidense hace de la vulgaridad un género creando una película tan ínfima como intensa, alocada como infantil. Es un juego con alguna agudeza de cámara que despierta un suspense corto. El respeto que invoca su nombre disfruta sintiéndose minúsculo con la torpeza borracha del misterio.
|
|
 |
|
|
El escenario inicial promete con una localización nórdica que recuerda a Los casos del Departamento Q en una atmósfera policial matemática. Brian De Palma toca la seriedad del terrorismo islámico con personajes caricaturescos. Se documenta en las noticias televisadas para exprimir el islamismo radical. La tensión nace con fórceps, las persecuciones por los tejados recuerdan a Alfred Hitchcock entre canalones de titanio y equilibrismos tomateros. La fotografía fría no esconde planos sorpresa salvo algún virtuosismo detallista con alma policial; la mezcla racial protagónica dice mucho de la interculturalidad danesa. Esta mixtura diferencia al polizonte del terrorista, al nativo del extranjero, a Europa de África. El radicalismo islámico amplifica la inferioridad del débil sobre el tirano. Leyendo entre líneas, encontramos postales irónicas sobre la ineficacia policial cargada de tecnología. Las incursiones de la CIA saltan las fronteras europeas cuando se trata de dar caza a un as de poca monta dañino. El susodicho trabaja desde otro mundo turbio: la oscuridad tutelada por la religión que sabe manipular. |
 |
|
|
Las interpretaciones sobrias no salen del armario por temor a ser asesinadas; las mediocres reciben balazos. Los traficantes callejeros autónomos son ascendidos a soplones educados ( buenas noches, madame). Las patadas desfogan una adrenalina de gimnasio llena de frustración. Algunos planos desvelan las claves de la secuencia siguiente gracias a elementos sobre los que la sospecha se cierne con hambre policiaco. Domino es pólvora mojada. La acción está garantizada con carcajadas gratuitas. Los detectives buscan a un culpable y el perseguido quiere salvar a su familia de los hombres de negro americanos. La cacería esconde tráfico de armas y obediencia ciega a la inmolaciones. El ISIS anda en medio. La ideologización extremista dirige la caza del gato y el ratón como tema recurrente. La persecución policial se lanza por Europa hasta llegar a Andalucía; una corrida de toros en la noche malagueña barniza con tópicos lugareños la investigación. La tecnología moderna se mezcla con pasodobles y olés figurantes en un anuncio publicitario españolísimo. |
 |
|
|
Petter Skavlan, reconocido por Kon-Tiki, se encuentra detrás del guion. El largometraje abusa de las licencias cómicas, existe amor, hay dolor y mucha decepción. No sabemos si Brian De Palma se ríe de todos, porque puede permitírselo, o nos tenemos que reír de él. |
|
|
La
revista Photomusik no se hace responsable
de las opiniones de sus colaboradores
expuestas en esta sección.
Texto: www.photomusik.com
©
|
|
