Los escaladores que se han enfrentado a su volumen coinciden en lo mismo: que, a pesar de que el Annapurna no sea la montaña más alta del mundo, es la más peligrosa. Mateo decidió seguir la estela de
Louis Lachemal, el primer hombre en coronarla, como reto personal movido por un sentimiento. A pesar del simbolismo heroico que marca el ambiente, las aventuras pedregosas que él corre antes y durante la escalada en la cima, responden a su evolución intensa. La descripción minuciosa tampoco se para en el proceso montañés ni en los preparativos de una gesta emocionante. El objetivo es producto de la voluntad personal que no pretende ocupar televisiones ni periódicos. La respuesta se resume en el cumplimiento de una promesa más elevada que las cumbres del monte que pretende coronar. El argumento tampoco atrapa por la introducción en la exclusividad del mundo alpinista ni en el compañerismo que lo identifica.
La cima es la cumbre de la soledad, el desafío a un gigante a través de la pequeñez humana. El encuentro con el
Annapurna cara a cara transforma las vidas sin el empeño de aleccionar moralmente al espectador; es una aventura en la que el trasfondo geográfico no es tan importante como el humano. El optimismo y los miedos se comparten con la aparición de una mujer acostumbrada a la soledad, para quien el intruso es un escombro de la civilización. La actriz
Patricia López Arnaiz es el recuerdo a
Edurne Pasaban, la primera mujer en coronar los catorce ochomiles. El actor
Javier Rey, con quien comparte experiencia, recuerda a la escalada libre de
Kilian Jornet, su estilo ligero a la hora de alcanzar las cimas o a Iñaki Ochoa de Olza, que murió en su intento por alcanzar la cima del Annapurna en 2008.