El inicio de una película irregular podría identificarse con fragmentos de cine negro, algo que no encaja en la sabiduría de Hirokazu Kore-eda. El acercamiento que el director japonés propone a este género se activa con toques reflexivos. Su sabiduría a la hora de abordar temáticas lanza información con esquemas de proximidad que a nadie resultan desconocidos. El robo de niños impulsa el corazón de Broker mientras que el abandono detona un escenario que no persigue exprimir lo infausto. El conflicto interno de So-young se topa con la solución materialista al problema, transformado en negocio. ¿Sensibilidad o supervivencia? ¿Ambas cosas?
El atractivo de un argumento original focaliza el aprovechamiento de la desatención a través de intenciones lucrativas. La pregunta sobre la voluntad materna que incita al desabrigo del hijo no plantea preguntas. Su soledad acompaña durante las primeras secuencias del metraje lluvioso donde el chaparrón duele como alfileres. El hecho de que un padre invisible no participe en la cristalización de un gesto doloroso refuerza la esencia de incomodidad femenina. Su soledad intenta no aparecer como una mancha imperdonable a través de mensajes amparados en un regreso futuro. La despedida advierte congoja en una entrega cargada de emotividad. El arrepentimiento llega a un acuerdo con los mercaderes de recién nacidos para sacar beneficio de la transacción. Es la imagen amarga de quien pretende unirse al carro de la ganancia fácil explotado por otros sin que lo moral importe. El hecho de repensar su ignorancia mientras observa la listeza ajena abre puertas para obtener la mayor ganancia de una operación comercial que no había advertido. La creación de una gran familia se pone en marcha con actitudes marcadas por ambientes jocosos. ¿Búsqueda del lucro personal o preocupación por la estabilidad del recién nacido? Kore-eda plantea esas dudas en términos cercanos y accesibles donde el poder del dinero mueve su chasis, no pone el bisturí en el trasfondo ético del acto. Los personajes están rodeados por la comedia y la experiencia conocida en sus carnes.
Dong-won Gang, recordado por el trabajo en
Península, observa con ternura y conocimiento de causa el recorrido de un niño sin hogar que, poco a poco, forma otro. La mirada del realizador nipón pasa de la delicadeza inicial al desarrollo corriente con facilidad maestra.