El aire circula por la medina de Salé, una de las más antiguas de Marruecos, sin necesidad de ser golpeado por la prisa humana. Se deleita en los lugares poco comunes, escondidos en su arquitectura, familiar para quienes la dan vida. Es un encuentro de calles donde los artesanos se reúnen para seguir entregados a un trabajo que no precisa del tiempo. Sus inquilinos, tenderos mayoritariamente, se dedican a perpetuar una especie en vías de extinción como son los cosedores de caftanes. Pero este no es un territorio tan libre como parece. Entre telas, escuadras, dedales y mucha dedicación se esconde un secreto que no puede permanecer enjaulado. Las miradas lo dicen todo, se hablan sin mediar palabra, ajenas al secretismo, y con una ocultación elegante mientras la discreción hila una emotividad sensual. La palabra se escribe con mutismos, la mano suave sobre el vestido color azul petróleo hace el resto para convertir la caricia en roce imaginario sobre piel masculina. La resignación se apodera de almas que viven integradas en un paisaje comercial. Mina y Halim respetan la privacidad a la vez que la falta de sinceridad, confundida con el respeto, distancia su relación. Cada uno se comporta como sabe mejor para no romper lo construido. La aparición de un tercero cierra el triángulo de personas adultas en un mundo con rejas morales. Los escenarios trascurren desde su casa hasta el taller donde Halim trabaja la delicadeza en cada puntada, ajeno a la sequedad de una mujer próxima a la preocupación comercial sin tacto. Cuida su arte milenario como un tesoro accesible para una minoría. Es un hombre de otro tiempo, encerrado en un espacio que le impide envejecer tranquilo. Forma parte del vestido que no sabe confeccionar, su vida, hasta la aparición de Youssef con la textura del bordado que ha estado buscando sin éxito. Mina conoce la intimidad de su marido por la que prefiere no preguntar mientras el deterioro físico despide las energía a gritos sin alterar la convivencia. A partir de ahora, el paisaje se vive a tres bandas marcado por la notoriedad de un secreto que comienza a trazar una cercanía amorosa. Si Halim lo ha escondido desde hace tiempo, su esposa ha protegido la ocultación de una esencia a quien no corresponde destapar ni disfrutar. La complicidad entre ambos funciona en términos de respeto y adoración, por encima del apetito femenino insatisfecho y una afectividad erótica atrapada por los grilletes de la contención.