La voz sin rostro de Miguel abre las puertas a un espacio donde lo telúrico se apodera de una atmósfera viciada. El paisaje que acompaña esa narración epistolar huele a ajo y sabe a sangre. La voz en
off que sale de un carruaje entre la naturaleza recuerda a
Keanu Reeves en
Drácula de Bram Stoker. Los caballos son ángeles del infierno asustados a través de un suelo lúgubre. La frontera luso-gallega sitúa un cuento de entidad cultural. Ángeles Huerta defiende que el terror vive muy presente más allá de
Transilvania o
Arcadia. La llegada de un profesor a
Lobosandaus encarna al
maestro temporero que se acercaba a las montañas gallegas sólo en noviembre, época en la que los chiquillos, distanciados habitualmente del ámbito intelectual, no eran reclamados como mano de obra para sacar adelante a sus familias. Esta situación se ha repetido a lo largo de la historia y sigue repitiéndose en numerosos países.
Lo sobrenatural es protagonista de una fábula que utiliza al hombre como sujeto de sus miedos ante lo racional. La presencia humana se cubre de heroicidad y anonimato en el crónica de sucesos marcados por una fatalidad asumida como propia. Cuestionar la procedencia de estos infortunios es sinónimo de enfrentarse a fuerzas superiores que no deben ser alteradas. La aparición de alguien que perturba la tranquilidad desestabiliza la convivencia. No puede luchar contra una comunidad que mantiene sus tradiciones activas a cualquier precio. El enseñante humilde sin destino fijo se topa con un universo desconocido que desmonta su concepción cartesiana de los hechos. La fantasía se mezcla con la espiritualidad creyente en apariciones invisibles. La costumbre popular ha asignado vida al espíritu de los muertos en una comunidad cerrada que se siente cómoda participando de esta oscuridad.