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CINE Y ESPECTÁCULOS
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SPIELBERGMOVIE SUPERFICIAL
Película Los Fabelman


J. G.
(Madrid, España)

Los Fabelman
Ficha Técnica Video    
La obra victoriana de Oscar Wilde The Importance of Being Earnest, A Trivial Comedy for Serious People se tradujo al castellano bajo el título La importancia de llamarse Ernesto por una afinidad sonora entre las palabras Ernest e earnest. Algo parecido pero sin el carácter homófono sucede con Sammy Fabelman y Steven Spielberg. El cineasta estadounidense ha buscado un alter ego para recrear escenas personales de su vida familiar desconocida. La imagen de círculo americano modélico que Spielberg enseña, y pule lentamente con aprecio doméstico, es una nube de algodón que peina con prudencia bienintencionada. A tenor de lo visto, gozó de una infancia y juventud tranquilas, marcadas por El espectáculo más grande del mundo, de Cecil B.DeMille. Si el realizador massachusettense narraba la magia del mundo circense, Spielberg descubrió el poder transformador del celuloide sobre la realidad. Los Fabelman no pretende enfrentar logros con pesadillas sino que el relato superficial de su vida íntima, e inicio laboral, es una composición dulce que no quiere despertar fantasmas de gabinete sicológico.
Cualquier serie televisiva de los años sesenta, como Los Picapiedra o La familia Monster, es más divertida, encaja en el sistema yanqui como reflejo de una vida destinada a triunfar. Su etapa adolescente fue un juego entre monstruos, descarrilamientos a tamaño maqueta e ilusión prolífica sin que se lleguen a conocer las tripas de sus alumbramientos. Es un homenaje autobiográfico a un nombre con el pedestal vacío del cine autodedicado. Se auto-coloca en el escaparate de los realizadores auto-dirigidos. ¿Auto-ego, auto-exigencia o auto-necesidad? El experimento autocomplaciente es un producto menor autopropulsado por el apellido que, siguiendo los pasos de Oscar Wilde, atrae el interés del público.
 
El joven Sammy Fabelman (Mateo Zoryan) contemplando la magia del cine junto a sus padres: Mitzi Fabelman (Michelle Williams) y Burt Fabelman (Paul Dano)  
Sammy Fabelman (Mateo Zoryan)

La connotación judía del protagonista, ¿quiere acercarnos a La lista de Schindler con sentimentalismo o en un alarde de efectividad privilegiada? Un error que acerca al chiste fácil del emparentamiento con Woody Allen. Spielberg es capaz de todo. Su trabajo menos personal se apoya en el poderío del personaje en vez de la solidez argumental, en la importancia de apellidarse Spielberg camuflando una presentación audaz e interesante. La acción se desarrolla en función del arquetipo que persigue sintonizar con el público norteamericano. Su vida está llena de banalidad, la figura del niño impresionado por la magia del cine crece sin magnetismo, impulsada por un instinto de descubrir qué hay más allá de la imagen en movimiento. La curiosidad de la promesa que se convertirá en estrella revolucionaria de la gran pantalla no sobresale excepto algún invento principiante de naturaleza sangrienta. Quizás su éxito se encontraba cómodo en la persistencia más que en la singularidad. Asistimos a la formación autodidacta del creador prolífico capaz de saltar los pasos académicos de la industria cinematográfica. La intimidad ligada al despegue profesional camina por la exposición a un mundo mayúsculo de autoría autocomplaciente. Los caminos de la memoria inician un viaje demasiado largo para mantenerlo en pie a pesar de que su continuidad permanece fiel a la intriga del fotograma siguiente.

Sammy Fabelman de adolescente está interpretado por Gabriel LaBelle  
Sammy Fabelman y su padre, Burt Fabelman

El músculo familiar arrulla un viaje entre lo cultureta, los juegos de palabras, los acosos escolares o una infidelidad tratada con cuidado que inicia un declive original. Sammy Fabelman es genio tras la cámara al trasformar la realidad en ficción. Es alguien débil que fortalece su fragilidad con una mente fabuladora mientras transita por el 8 mm hasta el cinemascope. Las explicaciones técnicas de recorrido familiar son una borrachera de diálogos usuales para la ambición de un padre en los albores de la era informática. El rimo es lento y monótono donde la creatividad funciona en cortos caseros que desvelan pericia visual, otros metrajes de juventud caen en el efectismo de la lágrima forzada o el entusiasmo colegial que pretende contentar a todos sin ofender a nadie. La sala de montaje descubre la inteligencia del director futuro. La idea de que el cine es imaginación sale bien parada. La presencia de idilios oscuros es observada por el visor de la confusión púber. La proximidad maternal que aconseja seguir los dictados del corazón ante ante la comprensión asfixiante de un padre mantecoso es su ayudante de dirección imprescindible. ¿Si Sammy no diera vida a Steven Spielberg: el interés del público sería igual? La duración vasta de un recorrido liviano alimenta la pesadez de unos comienzos cinematográficos forjados en el amor por el séptimo arte.
Steven Spielberg se ha rodeado de amigos como Erick Roth, coguionista de Munich, Janusz Kaminski en la fotografía y el inseparable John Williams para la banda sonora. David Lynch, camuflado de John Ford, sintetiza una lección magistral sobre cómo hacer cine en escasos minutos. Lástima que suceda al final de una autobiografía visual bañada con crema indigesta. Un género nuevo ha nacido: el spielbergmovie.

J. G.


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