El título elegido por Diego Lerman se mueve en terrenos sugerentes poco pateados. Guionistas y directores han exprimido la figura del docente como referente insuperable. Su evocación está presente en una entrega con mismo pelaje y ojos diferentes. El drama del profesor convertido en algo más que una figura burocrática navega sin prisa pero sin encallar. Juan Minujín reniega pertenecer a la burocracia que hace de la docencia parte de una rueda que no deja pensar. Algunas mentes preocupadas, evitando este adocenamiento, prefieren instalarse en los suburbios para ejercitar su trabajo. Al director no se le puede pedir más y tampoco se le puede criticar una coma en con esta pieza de humanismo. Ni las interpretaciones ni el contenido son estelares, poco hay que criticar a una realidad que se mueve dentro del
narcotráfico. El submundo circulante tiene la energía del hámster que no sabe parar un movimiento circular caótico, marcado por la supervivencia. La juventud es mula y cliente a la vez. El docente frustrado cambia la literatura escrita en los libros por una narrativa reflejada, día a día, en la hostilidad de la periferia. El esfuerzo que se exige es la resistencia capaz de amoldarse al vicio de la subyugación mientras la pobreza cultiva sus mentes.
El suplente se mantiene en la cuerda floja de la corrección que no puede criticarse ni ser ensalzada.