No ha sentado nada bien poner caras nuevas a la novela de
Fredrik Backman por segunda vez. Al trasplantarla a la gran pantalla con marca gringa,
El peor vecino del mundo se convierte en una pieza de resultado sensiblero. Las peripecias de Otto Anderson se alejan de la frescura nórdica para quedarse en el tópico del gruñón enfado con su comunidad. Este drama convertido en largometraje de sobremesa se amolda a su estilo de vida sin barras y estrellas ni
Halloween donde las rabietas de niño grande saben a chile y hamburguesa.