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CINE Y ESPECTÁCULOS
CARTELERA CULTURAL
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EL RIZO DE LO EXCESIVO HOMENAJEANDO AL CINE
Película Babylon


J. G.
(Madrid, España)

Babylon
Ficha Técnica Video    
El artista místico inglés William Blake comienza su poema Augurios de inocencia con el verso Para ver el mundo en un grano de arena. El director Damien Chazelle aplica estas palabras al cine bañadas de exceso. Exceso encontrado desde el principio hasta el final de su largometraje, mirado desde cualquier ángulo, analizado con lupas diferentes que proporcionan ópticas distintas. La forma de Chazelle ha querido emular una epopeya extensiva sin poso cinematográfico en la historia del séptimo arte. Su análisis estilístico hace del barroquismo visual un remo que compagina con paladas tan acertadas como innecesarias. Babylon es un homenaje al cine aparatoso de intención ilustrativa, al aluvión histórico y fuerza sicodélica final, magno en duración y descarriado en impacto. Chazelle no oculta su aparotisidad creando ruido visionario sobre un oficio que terminará engullido por su mutación a industria. La exuberancia se baña en la orgía de la ostentación, la necesidad de sentirse sobrehumano, pronosticando una caída de los dioses que el tiempo convertirá en monstruos corporativistas donde el actor es parte de un engranaje cada vez más deshumanizado. El cineasta francoestadounidense, que recordamos por su corazoncito en First Man (El primer hombre), se lanza al pozo del tributo. El cambio ya instaurado crea un mundo feliz que acabará como el rosario de la aurora. El desgaste desinfla a unos caminantes mientras que otros, u otras, ven como su crecimiento cae de manera vertiginosa, algunos se bañan en el recuerdo al estilo Cinema Paradiso. Si aceptamos Babylon como parte de la estructura gramatical lo que el viento se llevó, entonces sí que es cine.
 
Manny Torres (Diego Calva), el chico de los recados con aspiraciones interesantes junto a la actriz futura Nellie LaRoy (Margot Robbie)  
Nellie LaRoy entre Pasolini y Dante marcada por el barroquismo imperante en 'Babylon'

Más allá de la especulación lingüística, los relatos cruzados están marcados por un nexo en celuloide. Los destinos se concentran en una casa alejada del mundo donde el universo de Pasolini se cita con la reproducción de otro Saló embutido en planos secuencia y confeti de fin de año. Ambiente en el que el ligue está escrito de antemano y los personajes se presentan como figurines exhibicionistas y fantasmas. La rutina de cimentar un mundo excluyente se restriega con la necesidad novata de expandir horizontes en ese infierno de Dante. Este narcótico modela marionetas de un futuro que está por llegar. Unos se adaptan mejor que otros. Quienes están asentados en la comodidad del pasado sufren horas bajas en su aclimatación a la modernidad como Jack Conrad, representado por Brad Pitt tirando a Clak Gable. Su capa caída es cosida por un momento de cambio entre la mudez y la sonoridad de la gran pantalla. La estrella tiene que lidiar con la transformación empresarial que le acerca a la depresión en su trono de cristal, sostenido por una sonrisa de borrachera y fingimiento. La fogosidad de Margot Robbie es un huracán que sacude la corteza terrestre. La cercanía de Diego Calva progresa en la búsqueda de la creatividad dentro de un océano con tiburones. El tiempo se cobrará su parte cuando lo estime oportuno.
Las referencias a títulos emblemáticos salvan un alma condenada a la hoguera de las vanidades. La cascada que desfila por la retina es refrescante, y acertada, desde El cantor de jazz hasta los acercamientos coreografiados a Cantando bajo la lluvia en formato publicitario con un Brad Pitt disfrazado de Mariscos Recio. El romance entre el cine y el actor otea a lo lejos el que la estrella mantuvo con este mundo durante Érase un vez... en Hollywood. El gusto por la extremosidad pasea sus carnes en una reunión magna y magra, seduce a la estilización de un guion sin complejos obesos ni amante de las dietas milagro.

Jack Conrad (Brad Pitt) junto a Manny Torres (Diego Calva)  
Manny Torres (Diego Calva) en un momento de nostalgia cinematográfica

La espectacularidad que envuelve al topónimo californiano aquí se aleja de la profundidad. La mezcla de carnaza y solomillo alimenta 188 minutos donde el estiramiento busca su protagonismo ante la condensación de una obra densa y musculada. El color de la mafia y la subtrama pertinente pretenden mostrar una bajeza que no viene al caso. La aportación de Tobey Maguire despojado de poderes sobrenaturales resalta en el infantilismo de una risa sádica lejana a Jack Nicholson en Batman de Tim Burton.
Babylon es historia del cine con desmesura, sin concierto y empachosa. Los recursos narrativos se ajustan a la necesidad enciclopédica de mostrar cercanía en su fabricación durante los albores del siglo pasado hasta su encierro en despachos distanciados de la labor imaginativa. Babylon es un trabajo con la intención de levantar interés sobe un mundo que anda de capa caída en cuanto a atractivo para el espectador. El atractivo que despierta atrapa con el colorismo intenso que envuelve comedia y drama. El recorrido es un surtido de decadencia y progreso. Damien Chazelle podría haberse ahorrado escenas, interpretaciones, metraje, con la economía presupuestaria consiguiente, pero entonces, Babylon no hubiera sido una ofrenda al derroche que ha marcado, y marcará, el espíritu hollywoodense.

J. G.


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