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RECUERDO HUERO AL CAZADEMONIOS MÁS FAMOSO
Película El exorcista del papa


J. G.
(Madrid, España)

El exorcista del papa
Ficha Técnica Video    
Los guiones sobre exorcismos están poseídos por sustos monótonos que hacen de la maldición demoníaca un recurso repetitivo. El sacerdote Gabriel Amorth, fundador de la Asociación Internacional de Exorcistas, se vende como nexo entre el cielo y la tierra, el bien y el mal. La historia lo ha elevado a curandero del espíritu atrapado por influencias místicas que terminan dando dolor de cabeza. Russell Crowe, artista venido a menos desde hace varias entregas, ha sido el elegido para revivir a la celebridad religiosa en su trabajo sanador. El parecido físico entre Amorth y el actor neozelandés merece el elogio para un equipo de casting que ha roto los moldes de la caracterización fiable. El divertimento está asegurado al escucharle en un italiano sin deje anglófono mientras que su imagen de cura especializado en arrepticios espanta las cosas bien hechas. La resurrección de Gabriel Amorth no es un acto de buena fe. El terror despertado, faceta que puede resultar deliciosa si se sabe dirigir, serpentea gracias a una perversión espasmódica amante de la teatralidad. El trabajo de este espadachín benefactor consiste en aliviar a la Iglesia de un problema cincelado en su carne. Su estampa avala un enfrentamiento titánico que no concede tregua a un enemigo bien conocido ya que la participación en más de 100.000 exorcismos dan entidad a su currículo.
La relación entre Amorth y Crowe que debería unir al personaje con el intérprete queda como otro enigma espiritual sin resolver, marcado por el misterio divino: la funcionalidad de una presencia confitada. Russell Crowe tiene que aprender de José Sacristán como clérigo entregado a la salvación en 13 exorcismos. El exorcista del papa ignora la parte dura del sacerdote italiano al presentarlo como una recreación de la caricatura redentora con cuerpo de gladiador fondón. El sucesor del presbítero Cándido Amantini culpaba al diablo de males como la pornografía, la drogadicción y el secularismo. Esta característica aquí ha sido eliminada. ¿Censurada? El director Julius Avery le ha convertido en un cruzado bonachón.
 
El padre Gabriel Amorth (Russell Crowe) junto a su ayudante, el padre Esquibel (Daniel Zovatto)  
Momento cumbre del exorcismo

Los efectos especiales apisonan el poder de la malignidad y la influencia de la buena voluntad para limpiar al cuerpo ocupado, jibarizan una posesión infernal al reduccionismo sospechoso de monotonía. La lucha dialéctica entre religioso y demonio despliega la intensidad que falta en otros flancos. La trama conspiradora contra Amorth tiene una continuidad más evidente en el Vaticano que en el averno. El exorcista del papa presenta una versión libre sobre la liberación del alma endemoniada a través del teólogo y partisano en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Su tratamiento ligero no se mete en camisas de once varas al disuadir lo satánico de la discusión moral. La superficialidad del análisis exorcista se centra en lo llamativo del mal y una visión deslenguada del diablo. Lo divino se vuelve trivial. La expresividad elevada impuesta por Lucifer ofrece pocas novedades. Los diálogos descubren un pasado carnal en la vida de Amorth mientras intenta ganar puntos ante una flaqueza evidente como ser humano. Su ascetismo está en la oración que sugiere a la juventud del padre Esquibel, ayudante en las tareas de limpieza interior. La pugna que la Santa Sede mantiene con el diablo se ha convertido en la justificación de su poder, basado en el miedo y un proteccionismo ante lo desconocido. ¿No será que la presencia exorcizadora es necesaria para que la jerarquía eclesiástica mantenga firme su trono en la tierra?

Luz contra las posesiones satánicas  
Practicando el exorcismo

La inexpresividad de Russell Crowe abraza la vida cuando pega un lingotazo a la petaca o quiere imitar al neorrealismo italiano paseando en bicicleta, con silbido incluido. Sus arrugas de dolor en la frente se encaran con el malo de la película junto a su mirada de misionero ecuménico. El rostro estreñido es lo único que acerca la gestualidad del actor al tormento espiritual que no inspira compasión ni confianza. Mucho menos asusta. Es el escudero de la sede papal que conjuga la oración divina con el licor escondido junto a su corazón.
Hagamos un exorcismo con Russell Crowe y Julius Avery para abrir el melón de las responsabilidades ante perjuicios éticos y ociosos tras el visionado de El exorcista del papa. Si tienes un problema con el diablo, invoca al espíritu del cura fallecido, no llames a Russell. El padre Gabriel Amorth declaró a Los Angeles Times en 2004 que ‹‹El exorcismo es el verdadero milagro de Dios››. Aguantar este metraje sin perder la fe en su final, una necesidad.

J. G.


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