Hace
tiempo que, por lo menos cronológicamente,
dejé de ser quinceañero.
Hace años que abandoné
esa época dorada en la que el
atravesar la puerta de un pub decorado
con luces tenues te confería
la mayoría de edad. La época
en la que exprimías el tiempo
hasta el último aliento, con
intensidad. Esa sensación de
devorar la vida momento a momento aún
me atrae con pasión y algún
día me gustaría conocer
su principio y su final.
Cuando
eres joven, los arrebatos de ira se
viven más fogosamente. Con una
pasión que, en ocasiones, se
ve truncada por la lógica de
los acontecimientos. Porque las cosas
son así.
Aquella
tarde, el sol lucía con fuerza.
Me presenté a las puertas de
una conocida sala de conciertos madrileña
donde iban a tocar los californianos
"Maroon5": una banda para
adolescentes de las que causan estragos
en la MTV. Además de la expectación
generada entre los fans, el concierto
contaba con el aliciente de que en menos
de un año se había suspendido
en dos ocasiones. Más morbo para
calentar la sangre caliente de un público
adolescente, visceral. Las entradas
estaban agotadas desde hace meses. Inspección
de bolsas, litronas al contenedor, las
cámaras fotográficas se
"camuflan" en los móviles.
Las chicas ganaban a los chicos por
goleada. ¡Mujeres al poder!. Todo
era un ritual: desde las horas de espera
en la cola (algunos incluso cuatro)
hasta el momento en el que cortaban
la entrada. Carné en mano, por
supuesto.
Momento
crítico. De repente, una silueta
femenina se desmorona frente a la entrada.
¿Una lipotimia debido al estrés
ociasionado por tanta espera?... La
chica se ha convertido en un bloque
de granito, frío, y sus ojos
comienzan a humedecerse. Su piel se
va decolorando a pasos agigantados.
Se iba ahogando en sus propios sollozos.
No hablaba, no se movía: se le
había nublado la mente. El anodadamiento
del primer segundo se convirtió
en caos y estalló en un mar de
lágrimas. Las lágrimas
dieron paso a la rabia, la rabia al
descontrol y el descontrol a la impotencia.
-
"¡No, por favor. No me hagáis
esto!".
De repente, los espasmos musculares
desencadenaron los espasmos mentales."¿Por
qué, por qué, por qué?"...
Le habían negado el paso porque
no tenía la edad permitida para
asistir al concierto. La cola fue avanzando
silenciosa hacia dentro del local y
nuestra amiga, desconsolada, se hundió
en una catarata de lágrimas y
ansiedad. La ansiedad de tener el cielo
a sus pies y no poder tocarlo.
Siempre
he apelado al sentido común de
la juventud, pero a veces el fetichismo
que se siente por los ídolos
musicales supera la cordura de sus mentes.
En el reverso de la entrada se podía
leer "no está permitida
la admisión a menores de dieciocho
años". Nuestra amiga tenía
dieciséis.
Por
lo visto venía de Alicante: de
Alicante a Madrid hay una tirada, y
no ha podido culminar su sueño.
Frustración.
No
entiendo como los jóvenes se
aventuran a ver un concierto sabiendo
de antemano que si no tienes la edad
exigida no vas a poder pasar. Luego
viene la pataleta, el "esto no
es justo", los berrinches y algún
que otro insulto hacia el promotor del
evento, o al maromo de la puerta. Leer
la letra pequeña del reverso
de nuestra entrada nos ahorraría
más de una crisis de ansiedad.