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CARTA DE UN PADRE AFLIGIDO
Rodolfo Rozengardt

(Buenos Aires, Argentina)
Discoteca Cromagnon, BB AA. Foto AP

Su hijo murió en el incendio de la discoteca "Cromagnon", Buenos Aires. Sobran comentarios.

Les escribo como un hombre definitivamente atravesado por el dolor y como un ciudadano preocupado por el futuro. En mí se mezclan la simpatía que mi hijo les profesaba y la tremenda decepción por la renuncia que observo en ustedes a asumir alguna responsabilidad por la masacre que han colaborado a producir.

No soy ajeno al rock, pertenezco a la generación que le dio vida. La música fue para mi generación un acompañamiento imprescindible para el diseño de un futuro mejor, teníamos esperanzas y luchamos para concretarlas. Julián fue un chico solidario y fiel que seguía esos mismos valores, pero en una época sin horizontes ni ejemplos, ni proyectos.

A Chabán no le importó arriesgar la vida de la gente para hacer sus negocios. Así son los empresarios en la Argentina cuando el Estado corrupto no controla ni cumple con su función de cuidar a los ciudadanos y cuando consiguen socios que aceptan cualquier condición para hacer su negocio, para hacer crecer su prestigio o alimentar su ego. "Esto es Argentina y Cromañón expresó todas las miserias de este país, todo lo peor", dijeron ustedes y allí estuvieron, precisamente, ustedes. No pueden decir que han sido engañados.

Julián, mi hijo que acababa de cumplir 18 años, no fue a ver Chabán o a Ibarra; fue a ver a Callejeros y allí se murió, cuando recién comenzaba su vida. Ustedes no quisieron la muerte de sus seguidores, tampoco Chabán ni Ibarra. Todos perdieron con esta masacre. Mucho más que ustedes perdieron los jóvenes, la música y nosotros, que perdimos a nuestros hijos para siempre.

No se puede jugar a ser una banda de barrio cuando se moviliza a miles de personas. No se puede hacer como si actuaran a beneficio cuando están facturando con las entradas y con la venta de discos. No se puede mandar mensajes esquizofrénicos a los seguidores con las bengalas o la pirotecnia, alentándolas a veces como "la frutilla de la torta" y luego decirles que no se puede respirar. Decirles que "cuando tengamos la seguridad a cargo nuestro, vamos a dejar pasar todo" y al otro día preguntarles "¿se van a portar bien?".

No se puede hacer un recital en un estadio abierto con 13.000 personas, con despliegue pirotécnico (y con multas de la Municipalidad) y pocos días después meterse en una ratonera para "devolver favores". No se puede contratar seguridad y no hacerse cargo de sus fisuras. No se puede decir "déjense de joder con las bengalas" y mientras sigue el show como si nada.

Ustedes no son asesinos. Pero su temeridad y descuido por la vida de sus seguidores los hace socios de esta masacre, junto a Chabán (y tal vez a otros socios no visibles aún), a la policía, los inspectores, las autoridades políticas y los necios que encendieron la pirotecnia fatal.

Porque si ustedes facturan, se llevan porcentajes de la recaudación, son empresarios. El no asumirse como tales no los desliga sino que los vuelve empresarios truchos, que no rinden cuentas por las decisiones. No consideran la vida del público entre los costos a atender. Ese vivir en el borde (de lo empresarial, de la seguridad, de la cantidad de gente, de la megaganancia) y en el vértigo del éxito, de la bengala, del ser adorados, transforma en ocasiones la aventura de hacer música en una trampa de consecuencias irreparables.

No son asesinos, lo digo de nuevo, pero no son inocentes. Son socios en la muerte de nuestros hijos y en el mayor desastre del rock. Ustedes y otros músicos dicen "todos hacen lo mismo". Es posible, pero eso no los exime de responsabilidad. Por el contrario, deberían mostrar arrepentimiento y ponerse a la cabeza de una campaña nacional para cambiar esto en el mundo de la música. Eso esperaba, y aún espero, de ustedes. Mientras tanto, suman culpas, pues lo son también del silencio, de no hacerse cargo, de buscar chivos expiatorios.

En el Antiguo Testamento se narra cómo en tierra de cananeos se inmolaba niños y jóvenes al dios Baal. Arrojados a una efigie del dios, los jóvenes caían por sus manos extendidas al vientre incandescente del monstruo, mientras alrededor los músicos tocaban para que la gente no oyera los gritos de sus hijos que eran quemados vivos. Ustedes, Callejeros, hoy son como esos músicos que forman parte del horror pero bien podrían asumir su parte y ayudar a transformar para siempre el mundo del rock en un lugar mejor, dentro de un país más justo.


Rodolfo Rozengardt
Padre de Julián, muerto en la masacre de Cromagnon

La revista Photomusik no se hace responsable de las opiniones de sus colaboradores expuestas en esta sección.
Texto: Rodolfo Rozengardt © Fotografía: AP ©
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