Su
hijo murió en el incendio de
la discoteca "Cromagnon",
Buenos Aires. Sobran comentarios.
Les escribo como un hombre definitivamente
atravesado por el dolor y como un ciudadano
preocupado por el futuro. En mí
se mezclan la simpatía que mi
hijo les profesaba y la tremenda decepción
por la renuncia que observo en ustedes
a asumir alguna responsabilidad por
la masacre que han colaborado a producir.
No
soy ajeno al rock, pertenezco a la generación
que le dio vida. La música fue
para mi generación un acompañamiento
imprescindible para el diseño
de un futuro mejor, teníamos
esperanzas y luchamos para concretarlas.
Julián fue un chico solidario
y fiel que seguía esos mismos
valores, pero en una época sin
horizontes ni ejemplos, ni proyectos.
A
Chabán no le importó arriesgar
la vida de la gente para hacer sus negocios.
Así son los empresarios en la
Argentina cuando el Estado corrupto
no controla ni cumple con su función
de cuidar a los ciudadanos y cuando
consiguen socios que aceptan cualquier
condición para hacer su negocio,
para hacer crecer su prestigio o alimentar
su ego. "Esto es Argentina y Cromañón
expresó todas las miserias de
este país, todo lo peor",
dijeron ustedes y allí estuvieron,
precisamente, ustedes. No pueden decir
que han sido engañados.
Julián,
mi hijo que acababa de cumplir 18 años,
no fue a ver Chabán o a Ibarra;
fue a ver a Callejeros y allí
se murió, cuando recién
comenzaba su vida. Ustedes no quisieron
la muerte de sus seguidores, tampoco
Chabán ni Ibarra. Todos perdieron
con esta masacre. Mucho más que
ustedes perdieron los jóvenes,
la música y nosotros, que perdimos
a nuestros hijos para siempre.
No
se puede jugar a ser una banda de barrio
cuando se moviliza a miles de personas.
No se puede hacer como si actuaran a
beneficio cuando están facturando
con las entradas y con la venta de discos.
No se puede mandar mensajes esquizofrénicos
a los seguidores con las bengalas o
la pirotecnia, alentándolas a
veces como "la frutilla de la torta"
y luego decirles que no se puede respirar.
Decirles que "cuando tengamos la
seguridad a cargo nuestro, vamos a dejar
pasar todo" y al otro día
preguntarles "¿se van a
portar bien?".
No
se puede hacer un recital en un estadio
abierto con 13.000 personas, con despliegue
pirotécnico (y con multas de
la Municipalidad) y pocos días
después meterse en una ratonera
para "devolver favores". No
se puede contratar seguridad y no hacerse
cargo de sus fisuras. No se puede decir
"déjense de joder con las
bengalas" y mientras sigue el show
como si nada.
Ustedes
no son asesinos. Pero su temeridad y
descuido por la vida de sus seguidores
los hace socios de esta masacre, junto
a Chabán (y tal vez a otros socios
no visibles aún), a la policía,
los inspectores, las autoridades políticas
y los necios que encendieron la pirotecnia
fatal.
Porque
si ustedes facturan, se llevan porcentajes
de la recaudación, son empresarios.
El no asumirse como tales no los desliga
sino que los vuelve empresarios truchos,
que no rinden cuentas por las decisiones.
No consideran la vida del público
entre los costos a atender. Ese vivir
en el borde (de lo empresarial, de la
seguridad, de la cantidad de gente,
de la megaganancia) y en el vértigo
del éxito, de la bengala, del
ser adorados, transforma en ocasiones
la aventura de hacer música en
una trampa de consecuencias irreparables.
No
son asesinos, lo digo de nuevo, pero
no son inocentes. Son socios en la muerte
de nuestros hijos y en el mayor desastre
del rock. Ustedes y otros músicos
dicen "todos hacen lo mismo".
Es posible, pero eso no los exime de
responsabilidad. Por el contrario, deberían
mostrar arrepentimiento y ponerse a
la cabeza de una campaña nacional
para cambiar esto en el mundo de la
música. Eso esperaba, y aún
espero, de ustedes. Mientras tanto,
suman culpas, pues lo son también
del silencio, de no hacerse cargo, de
buscar chivos expiatorios.
En
el Antiguo Testamento se narra cómo
en tierra de cananeos se inmolaba niños
y jóvenes al dios Baal. Arrojados
a una efigie del dios, los jóvenes
caían por sus manos extendidas
al vientre incandescente del monstruo,
mientras alrededor los músicos
tocaban para que la gente no oyera los
gritos de sus hijos que eran quemados
vivos. Ustedes, Callejeros, hoy son
como esos músicos que forman
parte del horror pero bien podrían
asumir su parte y ayudar a transformar
para siempre el mundo del rock en un
lugar mejor, dentro de un país
más justo.
Rodolfo
Rozengardt
Padre de Julián, muerto en
la masacre de Cromagnon