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LOS ROLLING QUE NO CONVENCEN
(Concierto de Los Rolling Stones.
Estadio Vicente Calderón, Madrid, 28 de junio de 2007)

J.G.

(Madrid, España)
'A Bigger Band' Tour

La guitarra de Sabino Méndez dio el pistoletazo de salida a Loquillo y Los Trogloditas en un estadio Vicente Calderón impaciente por el último plante realizado el año pasado en el José Zorrilla de Valladolid. La batería de Laurent Castagnet guardó le espaldas al grupo barcelonés en todo momento. Loquillo sonó a paquete soso, falto de garra visto desde las gradas. Quizás a los asistentes de la primera fila no les parecía igual. José María Sanz Beltrán, de nombre artístico Loquillo, se dio un aire evangelizador con su vestimenta negra. Jaime Estiles estuvo al frente de la guitarra. El pulso eléctrico comenzó puntual a las nueve menos cuarto de la noche. Estiles se desmelenó en El ritmo del garage. Sus canciones atraían por lo que hay detrás de ellas, por su historia. La Movida y su mundo estuvieron presentes. Esta música guerrera venía como anillo al dedo para introducir a los Rolling Stones, también irreverentes en sus comienzos. La frase del momento fue: ‹‹Di que tú tienes tu banda de rock & roll››. Las canciones se adhirieron al corazón como un imán sentimental.

Los nostálgicos recuerdan el primer concierto del grupo capitaneado por Mick Jagger en España. El 7 de Julio de 1982, sus Satánicas Majestades debutaban en el campo del Atlético de Madrid ante 65.000 personas. Veinticinco años después, regresan con la misma simpatía hacia el diablo de siempre, con más recuerdos en las maletas. Los australianos Jet, como segundo entrante, dieron caña a un marco vigilado por la luna llena.
La aparición de Keith Richards levantó el furor colectivo con Start Me Up. Le siguió Let’s Spend the Night Together al rimo impuesto por Mick Jagger y una chaqueta verde que focalizaba las miradas hacia él. No se movió tanto como nos tiene acostumbrados. Se desató en She’s So Cold mientras las luces jugaban entre blancos y azules. El vocalista cantó recitando de memoria. Había algo de frialdad en una intervención seca, avivada con sus carreras constantes por un escenario de casi cien metro cuadrados. El repertorio fue poniendo los pelos de punta aunque el sonido de la actuación dejó mucho que desear. Las notas no tenían melodía, su sonido se perdía entre la música.
El concierto se dividió en dos atmósferas: lo ocurrido sobre la tarima y lo proyectado en las pantallas. El mejor grupo es el que, sin llegar a rozar la perfección, la alcanza entre el respetable. Los Rolling Stones pudieron estar perfectos porque no sorprendieron. Grandes, sí; grandiosos, poco. El cigarro de Keith Richards se consumía con la entrada acústica de You Can’t Always Get What You Want. El gallinero hizo de coro emocionado. La energía crecida de Mike Jagger dejó paso al dueto de Charlie Watts junto a Ron Wood. Watts, hierático, parecía una máquina repetitiva, acartonado en un segundo plano. ¿Iba a su bola? ¿Este distanciamiento contribuía a personalizar la marca Rolling Stones?

Las imágenes de Ray Charles fortalecieron el tributo al blues. El coro femenino estuvo presente en todo momento. La proximidad al público se encendió al escucharse It’s only rock & roll (but I like it) en un viaje a través de carreteras solitarias. El aire a película el Oeste y el recuerdo a la voz de Bob Dylan llenaron un espectáculo abarrotado de emoción. El infierno se alcanzó con Satisfaction y el concierto estalló. Ya no se podía parar nada. La lengua que John Pasche diseñó para Sticky Fingers reforzó el carácter lascivo de Honky tonk Woman. Quizás el mejor tema el concierto. La pirotecnia final, anunciada con Jumpin’ Jack Flash, acabó en la descarga celestial de decibelios con que Brown Sugar dejó a todos contentos hasta la próxima cita.

J.G.

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