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PASTA ARGENTINO-BRITÁNICA
(Heartbreak. Presentación de "Lies". Sala Moby Dick, Madrid.
05 de febrero de 2009)

J. G.
(Madrid, España)

Heartbreak

El dúo Heartbreak, los rompecorazones del italo-disco, está compuesto por la voz del argentino Sebastián Muravchik, cantante y ex actor de telenovelas, y el sintetizador y teclados del productor británico Ali Renault. Así de entrada se antoja una pregunta caprichosa: ¿qué hacen juntos un bonaerense y un anglosajón encima de un escenario? Electrónica divertida con ropajes ochentenos, donde las programaciones se mezclan con el metal e invitan al baile.

“Lies” es su disco debut con el que se presentaron en Madrid después de tocar en Moscú. El ambiente de la sala Moby Dick no fue multitudinario: la audiencia se podía contar con una sola mirada en un clima de tundra siberiana. Los diecinueve grados bajo cero de la capital rusa debieron de reaparecer en el ánimo de Sebastián.

El escenario hueco parecía un viejo estudio de grabación abandonado, uno de esos garajes donde se fabrican los sueños de los futuros números uno. El presunto minimalismo que quería trasmitir pronto fue ocupado por la música de Heartbreak. El maestro de ceremonias Muravchik dio por inaugurada la noche, pensando en la que le venía encima. Su voz agrietada se estrenó con Soul Trasplant” envuelta en una acústica casi de cede. Le echó narices y se lo pasó pipa. Esto prometía.

La música de Heartbreak se fue adentrando en las programaciones del looping más italiano. La voz de Sebastián al comienzo de “Don’t Lose My Time”  hace una referencia obligada a “Tarzan Boy” de Baltimora, para ir avanzando sobre caminos más electrónicos. Esa comunión italo-tecno alcanzó su esplendor en “Living Just For Fun”, con la voz de Sebastián y el teclado que comienza saltarín, como en un cuento de enanitos. Se trata de una canción sencilla, pegadiza, con tirón. Ali Renault, siempre fino en sus toques de Mac y sintetizador, construyó sonidos orgánicos, volubles.

En Heartbreak dominan las programaciones, sus ritmos de discoteca sirven para mover el esqueleto sin sufrir un atracón de anfetaminas. Es italo-tecno con clase. El mejor sonido de los ochenta se recoge en las melodías de este grupo. Una música que se alimenta de la dramaturgia de Sebastián en el escenario. No es el típico cantante electro-tecno, hermético, gris, sofisticado y frío: es una voz mímica.

Han pegado el pelotazo con su mayor éxito de audiencia en la red, ”We´re Back”, cargado de tiempos programados y una voz que se proyectaba más allá de la sala. Ambiente lunar, imaginación, otros mundos, otras dimensiones.

La inexistencia de efectos luminotécnicos durante el concierto crearon un ambiente glamuroso entre el azul, morado y rojo apagados. En ocasiones, un chorro de luz blanca se proyectaba sobre la cara de un Sebastián pegado al micro. Esta puesta en escena nada tenía que ver con las incursiones de los primeros rayos láser en las discotecas españolas a ritmo de Yazoo o Soft Cell. El futuro está inventado; ahora se lleva más el aire retro. La poca gente que se acercó a Moby Dick se encontró dentro del estómago vacío de una ballena con resonancias a tecno puro y limpio en un ambiente de Música de Cámara.

La presentación de "Lies" se hizo corta. Sucede con todo lo bueno. La impresión que el grupo italo-argentino se ha llevado del público español no ha debido de ser muy gratificante. El calor de las masas engorda los conciertos. ¿Por qué enloquecemos cuando participamos de un evento de estos, atufados por el humo y sudor de la multitud?... Las masas siempre serán las masas.

Heartbrake son un dúo elitista. Si su música se programara veinticinco horas diarias en las emisoras comerciales, el público abarrotaría los recintos donde tocara. Qué pena que en Madrid se les conozca tan poco. “Mejor solos que mal acompañados” (Sebastián Muravchik) y siguió “no como en los pubs londinenses llenos de borrachos”. Siempre positivo, un grupo grande habría cancelado la actuación “por falta de aforo”. Chapuzas de la fama.

Son comerciales, son buenos, con talento y hacen un trabajo que no está presionado por el consumo novedoso de la globalización. Las canciones fueron juguetonas. El sonido facilón, cien por cien ochentero, no empachó.
Ha sido un concierto para analizar y saborear, no para olvidar.

 

 

J. G.

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