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SE VA LA CARNE, QUEDA EL ESPÍRITU
(Michael Jackson ha muerto. 25 de junio de 2009)

J. G.
(Madrid, España)

Michael Jackson

Cuando hablamos de la vida, jamás pensamos en que este proceso también tiene su final. Su desenlace siempre nos pilla en fuera de juego, menos al fallecido. Es el fantasma que nos acompaña a todas partes, el que nunca se separa de nosotros, el silencioso, el discreto, el creador de mitos y de dioses. La muerte de Michael Jackson ha hecho pensar hasta al mayor enemigo de su música: esta desaparición a nadie ha dejado impávido. No fue de hospital ni de paparazzi, estuvo enmascarada en una agonía lenta, rodeada de excesos, de presión, del elixir de la eterna juventud. También del estrangulamiento que ejerce el marketing sobre un nombre de dimensiones tan galácticas como el suyo. De nuevo Michael Jackson consiguió burlar a los caza noticias.

Los rumores vienen ahora, cuando su muerte se convierte en un hecho luctuoso. Su cadáver ofrece más habladurías que sus excentricidades de mortal. Nadie se imaginó que este momento iba a llegar como lo hizo. Jueves negro para el pop, dolor en muchos corazones.
Las biografías estaban listas desde hace tiempo para inmortalizar la vida y obra del rey del pop. Es el morbo de la prensa convirtiendo a las personas en objeto noticiable. Las Redes Sociales comenzaron a movilizarse, anunciando simbólicos homenajes al ídolo. Más fetichismo que alimenta su figura.

Jackson vivió rápido, encapsulado en su mundo intemporal y tempestuoso. En un castillo de oxígeno purificado, dueño de una personalidad que se negó a crecer. Amó la música dando lo mejor de sí en trabajos inmortales como “Thriller”. Michael Jackson esperaba vivir ciento cincuenta años. Todo gracias a una cámara de oxígeno convertida en camastro a partir de 1986. Construyó su mundo infantil lleno de granjas, peterpanes, bambies y soledad.

Una cohorte de picapleitos lloran su desaparición por quedarse sin tan suculento cliente de la noche a la mañana: sus litigios fueron sonados (deudas, acusaciones por pederastia). En el libro Guiness de los récords su nombre también aparece como el artista que más obras benéficas ha realizado.

Los ojos de fans y curiosos estaban puestos en la reaparición del astro: una serie de conciertos, que podrían llegar a cicuenta, en la londinense O2 Arena. El contrato se valoró en más de ciento doce millones de euros.
Era un adiós obligado por cuestiones financieras y no profesionales, aunque sus cincuenta años, unido a la delicada salud, tampoco le permitían hacer las piruetas que le recordarán. Se despediría del público para siempre. Sus canciones seguirán sonando, pero los escenarios ya no vibrarán con esos movimientos de culebra, de peonza loca, de coreografía sexual, de lascivia en “Bad”, de romper a llorar ante ochenta mil personas (1988, en Wembley, Londres) y hacer estallar su euforia.

Lo vi en directo por primera vez el 7 de agosto de 1988 en el Estadio Vicente Calderón de Madrid, dentro de “Bad World Tour”. Acudimos sesenta mil personas como moscas a la miel: un ágape histórico. El concierto, brillante e hipnótico, desplegó luces y bailes hasta entonces de película. Yo no era fan suyo, me dejó pasmado por su voz y sus movimientos. Veintiún años después sigo sin serlo, nunca me convertiré y admiro su talento musical. Fue un elegido en el espectáculo danzarín que no supo aprovechar su potencial. Ya se había convertido en la marioneta de un nombre, aislado del resto de los mortales.

Le recordamos como el niño risueño y despierto de los Jackson 5, de sonrisa dentífrica, inocente. Era el negrito al que un padre estricto pegaba con frecuencia. “ABC”, “Can you feel it“ con la magia del video estelar, “I'll be there” o ”The love you save” son parte de su paso por el grupo familiar.
Jako ha marcado un antes y un después en el pop y el arte videográfico con “Thriller”. Un disco imborrable, el más vendido de todos los tiempos, que hizo despuntar su talento individual. Rock, Funk, Soul: varios estilos confluyen en este trabajo, uno de lo mayores hitos musicales y sociológicos de las últimas dos décadas. La Jacksonmanía había llegado, Michael Jackson destapó su particular caja de los truenos. Los trabajos que vinieron después, con altibajos, jamás alcanzaron cotas similares.

En las navidades de 1991, la Guerra de Croacia estaba en su apogeo y Jako no se la quiso perder. Los televisores de Zagreb no dejaron de sintonizar la MTV. Por esa fechas, “Black or White” era la única música que se escuchaba en los hogares de una guerra fantasma. Jackson, sin quererlo, se convirtió en himno de la paz para los zagrebíes, en la puerta hacia Occidente, en el olvido del socialismo, en una vida mejor, en futuro, en música que no sonara a militarismo ni oficialidad. “I Love Michael Jackson”. Lo invadió todo pero no consiguió la paz, aunque sí que alivió una situación bélica enfermiza e intolerante.

Siempre ha sido la joya de la corona discográfica, la gallina de los huevos de oro, uno de los activos más codiciados de la industria musical. Un monstruo del merchandising, un nombre que el tiempo no borrará. Un talento. Una fragilidad de carne y hueso que los excesos le han pasado factura.

En los días posteriores a su muerte, su figura será venerada con respeto y dolor. Después, se convertirá en mito. Ya no correrán bromas informáticas por internet especulando sobre su muerte
(http://www.hoax-slayer.com/michael-jackson-dead.html). Ahora circularán certificando su resurrección.
Las visitas se dispararán en Youtube, su cementerio espacial, recordando los éxitos de un músico mediático. Murió el hombre, no la leyenda.

 

 

J. G.

La revista Photomusik no se hace responsable de las opiniones de sus colaboradores expuestas en esta sección.
Texto: www.photomusik.com ©
 
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