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EL RECUERDO ADAPTADO A LOS TIEMPOS
(Marta Hammond + OMD. The Punishment of Luxury Tour.
Sala La Riviera, 15-febrero-2018)

J. G.
(Madrid, España)

Orchestral Manoeuvres in the Dark
   

Orchestral Manouvers in the Dark ha sabido acoplarse al momento. Su música sigue siendo vanguardista; eso sí: menos synth pop que en 1979, más encajada en un formato dirigido a la pista de baile. Sin embargo, esta adaptación no puede borrar el peso de títulos que mantienen su vigencia con el paso del tiempo.
Marta Hammond inauguró esta noche de celebración New wave e irrumpió en el escenario de manera fría y algo distante; concentrada. Ausente de presentaciones, comenzó a tocar. El proyecto en solitario de Marta Ruiz (Electrolux, Poliester, Sex Museum) puso en órbita al público. Las notas gravitaron sobre La Riviera dibujando himnos de textura atmosférica que rozaban con el Krautrock. El eco de Burning Inside tronó potente y comercial. Mientras el pelo rubio tapaba su cara, la música de una telonera interesante fue pegadiza. Su creatividad instrumental, acompañada por luces juguetonas que la situaban como protagonista de un sonido plástico, ni aburrió ni murió en el bucle sino que se reprodujo con una magia en la que la innovación la aleja de la monotonía. Demasiado concentrada en el aparataje musical, buscó el gancho emocional anteponiendo la comunicación instrumental a la humana. La primera fila parecía estar en capilla en vez de disfrutar de un concierto poco saltarín. Marta Hammond es discoteca del siglo XXI que explora caminos orgánicos.

El universo de OMD se sienten en el latido que el recuerdo empapa de nostalgia. Este cuarteto británico venido a dúo, avalado por el peso de su carrera musical, ha reformado la frescura inicial hasta convertirla en cadencia de repetición conjuntada. El teclista Paul Humphreys estuvo al mando de programaciones destinadas al disfrute mientras el esqueleto se dejaba llevar por un sonido electro pop. La locura se produjo con Tesla Girl reforzada por trazos acelerados sin perder su sustancia primigenia. Andy McCluskey, cuya voz oscura no ha cambiado, forma parte de un público entregado y bailarín. No paraba de moverse, como un atleta capaz de acelerar de 0 a 100 en medio segundo. Fueron ímpetu musical en sourround 20.20: nada que ver con los chicos modositos de 1978. Se han modernizado apuntándose a la combinación entre electrónica y disco machacón.
Las palmas al aire crearon efervescencia en una manifestación de felicidad con entrega absoluta dentro y fuera del escenario. La música de OMD atrapa con una belleza constante, iluminadora y mágica, rodeada por el encanto sin maquillaje. La sala se cae con (Forever) Live and Die, tiembla de emoción. Los papeles cambian y Paul Humphreys se convierte en vocalista mientras que McCluskey se pasó al teclado. El éxtasis, más cercano de la apoteosis que de lo contenido, produce lágrimas. Los besos adquieren protagonismo mientras If you leave impide tomar aliento en otro instante para rememorar. La pasión no descansó. El corazón late en un puño. Las pulsaciones aumentan descontroladas. Juana de Arco se presta para coquetear con los teléfonos móviles.

Las luces se hicieron importantes en un despliegue de festividad minimalista remasterizada. What have we done? vuelve al repertorio de nuevo cuño. Sus canciones, tan vívidas como sintéticas, subieron la temperatura sin esfuerzo; son poemas cósmicos con retoques instrumentales que no alteran la esencia del ritmo. Hoy, tocaba revivirlos. La esperada Enola Gay colmó un final presumible con fondo festivo en la línea de todo el concierto. Las peticiones entusiastas del público arrancaron las notas de Pandora's Box, despertando una algarabía tipo World Pride, y Secret, para acabar con la frenética Electricity (primera canción que escribieron). OMD se comió La Riviera; su concierto fue un baño de energía galáctica. Sin palabras.

 

 

J. G.

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