Akiko Kajihara camina despacio por el escenario hasta penetrar, como una sombra fantasmagórica, en el cubo que da vida a Hakanaï. Penetra en el vientre vacío de un recinto trasparente empapelado con tecnología digital. Las letras estampan sus paredes diáfanas dibujando el vocabulario de una cultura alfabética. El silencio dicta sus normas hasta que la luz se convierte en danza y los movimientos corporales ejercitan pasos de sonoridad rítmica y plasticidad modular. Es el comienzo de la energía, el deshilachado de una telaraña electrónica, la apertura de horizontes. Como si se tratara de un poema haiku, la bailarina japonesa diseña cada desplazamiento con ligereza acompasada para introducirnos en un mundo de ensoñación metafórica y reflexión. El recinto, compartido por miradas entusiasmadas con sus movimientos, es una cámara anecoica vitalista. La respiración sincronizada se hace maleable por olas de impulso minimalista mientras el ritmo cardiaco se funde con el fluir del torrente sanguíneo. Akiko Kajihara pinta este sonido con elasticidad contorsionista que recuerda a una Catherine Zeta Jones gimnástica en La trampa.
Las figuras plasman movimientos entre simbolismo, fuerza y suavidad. Estos arañazos al viento son palabras mudas de la condición humana, dialogantes con la sensibilidad. Construyen y deconstruyen textos de gramática ordenada y libre, ligera y sólida. Los pintan y desdibujan con ornato futurista tan estético como científico, siempre experimental. Los efectos visuales desvanecen la música incrustada en la pared de esta oquedad cuadrangular. Akiko se desenvuelve entre golpes sonoros mientras el ritmo cardiaco se funde con el fluir del torrente sanguíneo por las venas. Escenifica la felicidad y el dolor de un cuerpo frágil bañado por el líquido amniótico que riega este útero artístico. Es nacimiento y agonía, pulsión, lenguaje no verbal representativo, pánico ante un apocalipsis consumado, el mundo saltando en pedazos, puertas abriéndose, caminos hacia una dimensión nueva, la búsqueda de los orígenes, gotas de lluvia ácida cayendo como alfileres punzantes en su poética catastrofista y bella, danza corpórea.
La lengua japonesa identifica la palabra Hakanaï con lo efímero, fugaz entre el sueño y la realidad: el alma de su apasionamiento. El espectáculo Hakanaï significa renacimiento y eclosión; es arquitectura digital con la que Claire Bardainne y Adrien Mondot retan al movimiento: una integración conceptual donde el límite lo pone la sensibilidad del espectador.
