La tradición mandaba que la noche del 24 de diciembre se llenara de lentejuelas culinarias. La reunión en torno a unas viandas destinadas para ese momento ha contado con el reconocimiento familiar. El chantaje de la tradición impuesta a golpe religioso atacaba a quienes deseaban disfrutar de la soledad noctámbula tranquila (y debe decirse que, a menor escala, aún lo hace). El espíritu festivo, hoy, se paladea con sabor a mercado. Los prolegómenos a una reunión centrada en la mesa son igual o más significativos que su celebración. El clima satisfactorio rebasa la placidez sensorial frente a la emotiva.
El encuentro hogareño comienza a gestarse fuera de casa, con alma rítmica al servicio del consumidor. Nos perdemos por pasillos de esbeltez escaparatista, entre estanterías rebosantes de colesterol y ácidos omega3; pensamos en el diseño del menú nocturno mientras se busca el producto estrella con aire desprendido sin caer en el exceso. La entrada al supermercado es un acto de rutina casera cantarina, se abren las tripas de una gramola gigante cuyo repertorio tiene olor, sabor y tacto. Se convierten en la batuta de un menú sugerido a impulsos de éxitos discográficos con presencia repetitiva e hipnótica. Los más valientes se atreven a tararear su letra, otros a contornearse y los más atrevidos hacen las dos cosas al unísono. Nos sentimos bien hasta con el besugo de mirada hundida, muerta y ultracongelada.
El carro de la compra es paseado por los pasillos nutritivos de cualquier gran superficie, sugestionado por sonidos con toque gastronómico, destinados a hacer la ruta más placentera y menos dolorosa para el bolsillo. Las canciones de Boney M acompaña el recorrido por la zona de productos procesados para repetirse en los dulces. George Michael en Last Christmas da calor romántico al espacio dedicado a los congelados, recuerda a las navidades cuando la nieve tenía un protagonismo que algunos jamás podremos olvidar. El cuadrante vegano sintoniza con el chill-out de Enigma, las carnes rojas son para la marcha de David Guetta, a las conservas y encurtidos le va algo de RUM-DMC. Los juguetes se mezclan con los aparejos propios de un coleccionista, eficaces en manos de quien ame la mecánica o la jardinería mientras Mariah Carey personifica la seducción sonora. La música ambiente, programada con olfato navideño, ayuda, un año más, a olvidar las penas durante un tiempo hipnótico.
Recorro un suelo alfombrado por el brillo de las pisadas que esquivan los choques molestos porque ahora, con el coronavirus presente, la cercanía no se expresa a través del contacto físico sino con la proximidad mental de los hábitos domésticos. La experiencia en un hipermercado, por estas fechas, emula una comedia musical rodada en un plano secuencia sin figurantes, donde todos son protagonistas. La recta final está amenizada con algo de Aqua y un poco de Rednex para recordar el antojo olvidado y dejar un sabor de boca refrescante. Los estribillos inolvidables de Rapahel y El Tamborilero o Jingle Bells en su infinidad de versiones vuelven a protagonizar una lista de éxitos rejuvenecida anualmente. Leonard Cohen nos despide con su Hallelujah entre bendiciones paganas mientras pasamos el arco de seguridad del local. El mendigo que espera en la puerta como vigilante a tiempo completo, y sin contrato de la Seguridad Social, saluda en compañía de Bad Aid y Do They Know It's Christmas? En la tienda de al lado, el comerciante pequeño sólo tiene la sintonía del rap Feliz Navidad personalizada con una sonrisa melódica cercana.
