El nombre de Madonna está recubierto de expectación y polémica. La reina del pop levanta ampollas allá donde pisan sus espectáculos. Los madrileños se mostraron indiferentes ante la llegada de su "Stick & Sweet" World Tour quizás porque hace diecinueve años que no actúa en la capital. La eliminación de esa ciudad de su agenda concertística le ha pasado factura al encontrarse con un Estadio Vicente Calderón con más vacíos que un estómago hambriento.
El espectáculo estaba garantizado aunque sólo fuera por ver en las pantallas gigantes como le sientan a sus casi cincuenta y un años las arrugas curtidas por el pilates más estricto y la férrea disciplina que le impone la Cábala (Kabalá, en hebreo). Dicen que sobre el escenario lo da todo, se deja la piel en cada nota. Un día malo lo tiene cualquier artista.
Madrid nadaba en regocijo esperando las posturas que han marcado estilo en las discotecas e ira en el Vaticano. El intento de lavar su culpa moría en el empacho del hedonismo andrógino solapado por la video tecnología.
El breve saludo en un espanglis obligado y silencioso fue el comienzo de su autoinmolación. Tanta discreción sobre el escenario abruma con un público agobiado por el calor veraniego y la crisis que no entiende de meteorología. Los grandes artistas han caído en la vulgaridad de montar decorados gigantescos, dejando boquiabiertos a un público que ha pagado por formar parte de una música, no de arquitecturas con vida propia. Madonna supo convertirse en un guiñol movido por los focos y su voz fría.
El tic-tac marca de la casa en fondo negro dio paso a “Candy Shop”, ensombrecida por tanto mecanismo. Su karma perdió el tren y el público no se arrancaba a soñar. Vimos a Madonna envuelta en el celofán de un nombre artístico, con sombrero de cabaretera, aeróbica y de voz apagada. Aires retro con mimo incluido. Ni el cadillac blanco con el que paseó “Human Nature” ni sus posados jalearon coros populares. ¿Dónde está la Madonna guitarrera?
El Vicente Calderón acogió a una nueva conejita duracell de mímica gimnástica ensalzada por un ballet que dio color a sus canciones. El concierto fue un acto social animado por chicas VIP que fueron tomando asiento en fila india, ensayando su próximo desfile de indiferencia jamona. Iconos veinteñeros del deseo en su intentona de pasar desapercibidas y convertirse en la atracción del concierto. La educación exquisita de estas bellezas de magazine aguantó con estoicismo silencioso la visión que les proporcionaron los traseros sudorosos de los fotógrafos durante los tres primeros temas.
El concierto no llenó ni la mitad de las 55.000 plazas que alberga el Vicente Calderón. Hasta se regalaban entradas para la suegra con tal de hacer bulto; Madonna cosechó un batacazo artístico en toda regla salvo para los fans menos racionales.
El recuerdo a los ochenta llegó con un cover del estilo disco que Indeep despertó en “Last Night a Dj Saved My Life”. Michael Jackson no se escapó de la memoria, dedicándole un homenaje sobrado en forma de muñeco bailarín.
Madonna se disfrazó de colegiala, puso cara de lolita, buscó la proximidad con el público vestida de secretaria tontorrona... respetando el guión a pies juntillas en todo momento. Mientras, sus movimientos, e intenciones, eran registrados por cámaras de alta definición para usarlas en el próximo DVD live. Supo vender un aire discotequero, anónimo, sólo revalorizado por el tarareo popular del repertorio.
Las opiniones discurrieron desde el enfervorizado “¡Madonna, eres la mejor” hasta “¿Se mueve la pellejos?”, puesto en boca de quienes intentaban revender su entrada. Los clásicos salvaron el concierto, el estadio despertó con “Holiday”, “Music” o “Like a Prayer”. Su espectáculo fue una mezcla de dominatrix, prestidigitadora y chica de barra americana. Lo pudo hacer mucho mejor. El hecho de que no haya dado la talla ante sus fans madrileños no significa que tenga que leerse el informe Shere Hite ni contratar los servicios de la sexóloga Alessandra Rampolla.
La música original se fue ensuciando con sonidos discotequeros. El Vicente Calderón se trasformó en una caja de los truenos con aroma a remix festivalero. La electrónica explosionó gracias a ”Ray of Light”, guitarra en mano. En la recta final, ”Give it 2 me” remató con groove una faena discreta. El tic-tac del comienzo marca una cuenta hacia atrás en la que Madonna tiene la opción de reinventarse o quedarse varada en el éxito de las estrellas que se repiten.