Mientras el pueblo francés se despierta traumatizado por la masacre ocurrida en Niza, Turquía ha sufrido su propia pesadilla bajo una intentona golpista. Los refugiados invaden el viejo continente como hordas de espíritus desesperados, ignorados, manipulados, vapuleados por la xenofobia progresiva, Marine Le Pen y el reciente brexit. ¿Qué le sucede a Europa?, ¿a qué responde la enfermedad degenerativa que acosa sus neuronas? Turquía ha sentido, durante horas angustiosas, miedo, desconcierto y la caída de un golpe militar acallado por la población. Una vez más, el ejército ha desnudado su esencia de enemigo interno, prepotente, capaz de manejar el poder a su antojo. Este lobo con el que convivimos, a veces, abandona la piel de cordero para saciar su hambre de poder depredador.
Turquía, aliado estratégico de la OTAN, tumba y cuna de culturas, es nuestro hermano oscuro: abierto tanto a la integración comunitaria como al racismo legal en la crisis de los refugiados. |
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Las calles de Ankara, y los puentes que cruzan el estrecho del Bósforo, en Estambul, se llenaron de tanques. Su presencia buscaba el secuestro de la Democracia, la destitución de Recep Tayyip Erdogan como presidente y, de paso, traicionar la decisión popular salida de las urnas en 2014.
La intentona golpista quiso instaurar, con su violencia marcial, la tiranía de la fuerza. Erdogan, poseedor de fallos y aciertos, fue elegido por el pueblo; sólo en unas próximas elecciones puede ser derrotado. El presidente turco, en vez de esconderse, dio la cara para convertir a la ciudadanía turca en barrera contra los sublevados. Sus palabras, por videoconferencia a CNNTürk, asustan y llaman a la esperanza. “Insto a nuestra gente, a todo el mundo, a que llene las plazas del país para darle (al Ejército) la respuesta necesaria.” Apareció como el portavoz de otro ¡No pasarán! sin acento republicano. “Este golpe de Estado no tendrá éxito.” “Van a recibir la respuesta de la nación y van a pagar un alto precio por actuar contra la nación. No les vamos a ceder el campo. Pronto vamos a eliminar esto.”
Erdogan da miedo con sus frases, calificando esta asonada militar como “un regalo de Dios” que permitirá limpiar el Ejército. Se vislumbra una purga militar en horizontes cercanos. La sombra del predicador Fethullah Gülen, exiliado en Estados Unidos, se perfilaba como nueva estructura fuerte. El presidente turco responsabilizó a los seguidores del movimiento de Gülen del intento de derrocamiento. Con la insurrección sofocada, los fieles del imán tienen los días contados en la milicia nacional.
Ningún ejército debe de gobernar un país, y nadie, en su sano juicio, puede permitir la ejecución de un plan tan macabro. En España, la rebelión turca se ha vivido como un espejismo del 23-F. Los tanques sobre el Bósforo recordaron la madrileña Carrera de San Jerónimo ocupada por una siniestra soledad nocturna. La noche turca se trasformó en sueño militarista mientras Antonio Gala y Vicente Aranda observaban atónitos como su pasión era secuestrada.
Los nostálgicos del ejército despertaron de su tumba con el mismo entusiasmo que la juventud turca se lanzó a las calles, formando mareas pacíficas de gente que no perseguía revivir el espíritu de una nueva Primavera Árabe. La oposición popular siguió la voz de su presidente, en retiro vacacional. Los turcos, llenos de orgullo histórico, han dado una lección de libertad al mundo y a los golpistas.
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