Una semana después de la consulta independentista ilegítima (habría mucho que discutir sobre este término), la sociedad civil catalana se lanza a la calle. Por fin, el letargo se convierte en hormiguero tumultuoso donde el ruido posee una gran significación. La plataforma ciudadana Sociedad Civil Catalana reacciona en busca de la sensatez. La población silenciosa hasta ahora se pronuncia bajo el clamor unitario que toda incertidumbre contra las imposiciones pseudo democráticas provoca; ¿habrá espacio para el miedo? La sociedad catalana se pronuncia contra el ímpetu de la avalancha independentista. El 8-O se escuchó en Barcelona un basta ya sin puñetazos embargado por la hartura y el sentimiento de bulling político que, desde hace años, la Generalitat viene cocinando. Las llamadas a la sensatez pregonaban unidad en defensa del sentimiento nacional. Sostuvieron con fuerza multitudinaria el cordón umbilical que emparenta a Cataluña con España. No quieren convertirse en el hijo huérfano que ni tan siquiera tiene derecho a la tutela compartida en un divorcio unilateral. |
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La Plaza Urquinaona albergó un grito unísono coreado por el eco multitudinario: ‹‹Puigdemont a prisión››. Allí se vio una marea humana con oleadas de banderas andantes construyendo un tapiz plurinacional de color constitucionalista, europeo y catalán. Los corrillos de la alta política barruntaban, sin esconder el miedo, que la aprobación de la DUI sería la puerta para la apertura a otros procesos independentistas en Europa.
Las voces intelectuales y políticas hablaron claro y defendieron lo que unos pocos pretenden desgajar. El Premio Nobel Mario Vargas Llosa y Josep María Borrell defendieron la unión territorial a su estilo, distanciados en las formas, concordantes en el mensaje solidario que no esconde el miedo a la ruptura. El escritor peruano arengó a la masa con un tono chovinista cercano al nacionalismo de Madrid. Representó la implicación intelectual abierta para la que sectarismo convertiría a España en un ‹‹país tercermundista››. Su alerta anti xenófoba, transmitida con pulcritud gramatical y emotividad académica, sostuvo que ‹‹el nacionalismo es la peor nación››. Los asistentes entonaron a Manolo Escobar y Joan Manuel Serrat, quien desde Universidad Nacional de Rosario se sumó a las peticiones de diálogo: ‹‹Que hablen aunque no sepan de qué››. Josep María Borrell acertó con su acercamiento claro y directo, ejemplo de fervor ecuánime y elocuencia. Emociones desde distintos ángulos dirigidas hacia el mismo escenario convertido en circo: Cataluña.
Un día antes, la Fundación para la Defensa de la Nación Española DENAES convocó una concentración en la madrileña Plaza de Colón. España se inunda de clamores por la respuesta nacional (expresión peligrosa) y la recuperación constitucional de una integridad amenazada. ¿Se conseguirá así una concordia recíproca o sólo una armonía de pasarela? Ya conocemos la enemistad de Puigdemont con el diálogo, la fuerza que la manipulación ideológica ejerce en todos los frentes, la facilidad con que activa su inteligencia emocional. ¿Mantener la cohesión de España significa continuar con los mismos errores? O es el momento de aprovechar la coyuntura para limpiar la suciedad que desluce nuestra política: el Estatuto de Autononía, sus competencias regionales, la ley de proporcionalidad electoral, el sueldo vitalicio para los políticos inactivos, eliminar el aforamiento blindado, redimensionar el funcionariado: reformar la Constitución. El 8-O demanda un gobierno de concentración nacional que calme el miedo a la ruptura y cierre el corral del secesionismo catalán.
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La inquietud ha salido a la calle y un problema político se ha convertido en preocupación social. El vértigo continúa, ahora afecta al nerviosismo de los movimientos empresariales.
El pro independentismo ha dado paso a la fraternidad española. Cataluña se siente menos regionalista, menos nación y más parte de un todo orgánico. ‹‹Visca España, viva Cataluña››. No dejarse llevar por los nervios, hoy toca cordialidad. |