Pocas personas han hecho tanto por la defensa y divulgación del mundo
marino como Jacques-Yves Cousteau. Adquirió un cariz familiar gracias a sus reportajes programados en la televisión, siendo recordado con el nombre de
comandante Cousteau. Fue el transmisor de una hermosura salvaje a la mente curiosa del espectador, un custodio de la Naturaleza frente a la destrucción
humana unida a su intención, a veces egoísta, de conseguir un sueño a toda costa. Su necesidad omnipresente por fundirse con el agua se convirtió en
carisma poco común, atribuible a las personas irrepetibles.
La comunión con este ecosistema, sentida desde su niñez, convierte a Cousteau en navegante deseoso por conocer y enseñar los secretos que esconde.
Jérôme Salle se embarca en la aventura de llevar a buen puerto las páginas de una vida con aristas consagrada al mundo acuático. Siempre hemos tenido
una idea amable de Jacques Cousteau definida por su labor protectora con el medio pelágico, pero la nueva película del director parisino no se para en
la humanidad del comandante; también enseña las sombras de un personaje ambicioso. El protagonista, alejado del tratamiento mítico, muestra la
progresión de un científico desde el hambre inicial por descubrir hasta una madurez dedicada a la conservación de las aguas.
El corazón de
‹‹Jacques›› mantiene su ritmo gracias a la comunicación poco afectuosa entre el padre y su hijo Philippe. El conflicto entre
ambos pone sobre la mesa la manipulación paterna dentro del núcleo doméstico junto al oleaje de la infidelidad descubierta por su mujer. La familia,
único elemento capaz de asimilar tanto lo bueno como lo malo de esta convivencia accidentada en un drama consanguíneo con mensaje medioambiental,
sostiene el peso de la película. La templanza de Audrey Tautou adaptándose con facilidad a estados anímicos antagónicos y el saber estar de Pierre
Niney, unidos por una complicidad que va más allá de lo materno filial, merecen una medalla. Entre tantas turbulencias emocionales no se puede
olvidar la presencia silenciosa y necesaria del barco oceanográfico
Calypso, gracias al que Jacques Cousteau pudo lanzarse a los océanos para cumplir
sus deseos en busca de adrenalina, felicidad y disgustos.