El tercer largo del londinense Eran Creevy cuenta con una baza que, aunque no explota como se merece, utiliza para resaltar un atractivo pasajero: la presencia de Anthony Hopkins y Ben Kingsley. Lo demás son carreras a troche y moche, coches destrozados, disparos repetitivos sin el equilibrio psicológico que toda buena persecución deja por el camino. La rivalidad hace acto de presencia entre estos dos capos de los negocios sucios, cada uno en un nivel diferente. Sus interpretaciones defienden dos estilos opuestos de entender el crimen: la distinción de Hagen Kahl vestida por Anthony Hopkins recubre al hombre con doble cara y sentido del humor irónico sentado en esa tranquilidad de asesino inteligente y refinado. Es el villano dueño de una elegancia innata, fría y diabólica. Su sonrisa y mirada perturbadoras provocan respeto en
Persecución al límite. El otro peso pesado, y socio de andanzas, Geran, honrosamente defendido por
Ben Kingsley, deja una impronta de personaje cómico que participa del mismo mundo turbio con un sentido más atropellado del deber, menos uniformado y riguroso que su compañero de juegos ilegales. Los dos siempre están a la altura de su reputación dando más de lo que se espera en papeles de mercadillo; proporcionando valor añadido a lo que otros actores hubiesen aceptado como un mero trámite. En medio de estos colosos, Casey Stein (Nicholas Hoult) vuelve a las andadas de cuatrero sobre ruedas, movido por el corazón, en un papel escrito para el difunto
Paul Walker. Felicity Jones (
La mujer invisible,
The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro,
La teoría del todo,
Inferno) completa un plantel lujoso para una cinta previsible.