El pretexto de un accidente en un túnel sirve para la reunión posterior en celebraciones culinarias de las víctimas convertidas en comensales que, borrachos de sinceridad paranoica, irán llenando estómagos y desinflando sus mentes, henchidas de un positivismo pasajero, para volver a la rutina del día a día. Estas reuniones, convertidas en tradición religiosa, enseñan las miserias de unos personajes buscando rellenar el vacío soñoliento entre cordero asado.
La comicidad barata desgasta la amistad humana, descubriendo unas vidas pobres y anodinas donde el melodrama artificial husmea la seriedad de la comedia supuestamente divertida.
La fauna de personajes rocambolescos comienza en el protagonismo egocéntrico de Toni (Arturo Vals) hasta ese policía que recuerda a un
Bruce Willis hispánico cuya meta profesional sería convertirse en el líder de un enfrentamiento contra
yihadistas. Hasta decepciona esa gota de realismo que se descuelga con el ecuatoriano desengañado del sueño español, sólo pensando en la indemnización que le devolverá a su país. Lamentable y descosido.