Una de las virtudes de los niños es su creencia en los sueños mientras el adulto se desinfla desengañado por el peso de la realidad. La frescura de los primeros danza libre por la magnitud de los sueños frente a la losa de la rutina diaria que tanto gusta acarrear a las personas maduras. Para saborear la infancia, primero hay que aprender a soñar, a convertir al día a día en el vehículo que ayude a conocer mundo y materializar esos ideales que todavía acunados mentalmente. Los sueños se cumplen en “Ballerina”, quizás demasiado perfecta en lo visual, ausente de esas imperfecciones con las que el público se identifica rápidamente. Aún así, a pesar de que la imagen se convierta en reina de la digitalización pura, la película de Éric Warin y Éric Summer se alza como una fábula para todos los públicos capaz que, en el manejo de una sencillez dulce, enternece el alma más pétrea con guiños deliciosos de voluntad y presencia suave a través de Felicia, su protagonista. La meta de alcanzar el sueño, trillada en exceso, hace saltar un lágrima catártica que refresca la esperanza en el corazón más obtuso. Capaz de incidir en la abrupto de quien dice no tener sentimientos, “Ballerina” busca la evasión hacia un mundo donde los sueños dejan de ser una quimera. |
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Esta animación de intachable factura informática, sin contar algo novedoso, hace relucir un cuento sencillo con el cromatismo tan elaborado que conquista la pantalla. Su asepsia visual, alejada de la parafernalia hollywoodiense, se sumerge en el sueño de la protagonista. Su logro más importante, a parte del entorno visual, es hacer que la sigamos a todas partes implicados en sus correrías junto a su compañero de viaje: un aspirante a inventor que desea comerse el mundo con el hambre de su ingenio.
La música de “Ballerina”, su universo, posee un textura dulce que hace de la danza un elemento consustancial, mantenido desde el primer plié patoso hasta el vuelo de cisne final.
Este colorido musical se completa con pinceladas históricas de la ciudad de las Luces, siempre bohemia, con una torre Eiffel a medio construir. París es la cuna de la danza, la arquitectura y el arte; “Ballerina”, un escenario lleno de movimiento, esfuerzo e imaginación; plasticidad para toda la familia; un enfrentamiento entre la humildad de Felicia, aspirante a cuerpo danzarín, y Camille, una niña malcriada dirigida por una madre que ve en la danza el pasaporte para entrar en la crema y nata de la sociedad parisina. Su perfección irrita al ejecutar movimientos impecables sin corazón, mecánicos, para quien la gimnasia es una asignatura. La agilidad de ambas, aunque sea creada por animación, se apoya en una banda sonora atractiva que mezcla música clásica con el folclore de los sonidos bretones que frecuentan las tabernas.
“Ballerina” está marcada por la trampa que lleva el camino hacia el éxito poco madurado: conseguirlo a toda costa, aunque sea suplantando identidades. La historia se repite. |