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PERTURBACIÓN SINIESTRA
Película "El sacrificio de un ciervo sagrado"


J. G.
(Madrid, España)

El sacrificio de un ciervo sagrado
  Ficha Técnica Video
Lanthimos, de nuevo, vuelve a apoderarse de la cámara, dejando al espectador en un indefensión absoluta. La inquietud que genera su largometraje más reciente no permite sacar conclusiones anticipadas sino que va desgranando, gota a gota, la esencia de un perfume tan aséptico como asesino. La frialdad que transita durante toda la película como único ser libre envuelve la realidad sórdida con una venganza letal fijada en la mirada de Martin, un adolescente maduro en su intención vindicadora. Representa el dolor de una pérdida que necesita compensar con el desquite amenazante tras esos ojos fijos y aterradores. Es portador de esa revancha fría, tranquila y malévola incapaz de causar daños físicos a corto plazo sino que serán producto de una aparición espontánea y progresiva. Son demonios custodios de ese surrealismo que el director griego sabe exprimir con pasión fructífera explorando hasta sus últimas consecuencias los límites del mal en el ser humano.
El dolor aparece por partida doble: en forma de rencor y desprotección, en ambos casos fruto de la impotencia. El sacrificio de un ciervo sagrado es rabia, oscuridad, destrucción, búsqueda de una curación desconocida, necesidad de salvación, tormento y tormenta unidos en una narración impecable y juego técnico que sabe hacer de cada plano un instante de terror sin sobresaltos gratuitos.
 
Martin (Barry Keoghan) es el protagonista siniestro de 'El sacrificio de un ciervo sagrado' en busca de venganza  
La expresividad de Martin dejan caer un tono amenazador que no levanta la voz pero asusta
El principio embelesa con música de pureza clásica en un primer plano de la vida a corazón abierto. Es la metáfora de la delicadeza visceral: su fortaleza y la lucha por seguir existiendo entre latidos rítmicos. Su imagen quirúrgica, alejada de la repulsión, tranquiliza mientras convierte principio y fin en unidad. Presenciamos el apagón de una vida que al detenerse participa de los últimos latidos y la frustración médica incapaz de hacer bien su trabajo. Lanthimos, en un redoble de ironía, muestra la exclusividad de galenos trajeados entre chistes morbosos que provocan risas macabras en un ágape médico figurante.
La aparición de Martin (Barry Keoghan) irá cerrando vínculos con el médico protagonista hasta descubrir su intencionalidad y el por qué de exigencias siempre medidas en un tono tan sosegado como cruel, escoltado por la insensibilidad de quien amenaza sin empuñar un arma blanca y no repara en exhibir una sed vengativa extrema.
El ambiente sórdido esta lleno de brutalidad civilizada (la más difícil de representar) entre amenazas sentenciadoras que abogan por el escarmiento como única vía para saldar cuentas pendientes. Funciona como elemento comunicativo, tira del arnés cada vez más tenso dentro del terror psicológico: escalofrío que proporcionan diálogos paseantes por pasillos largos que recuerdan a Stanley Kubrick. La atmósfera viciada por la insensibilidad hospitalaria los protege gracias a una fotografía que se recrea en la profundidad de campo de belleza rectilínea. Su oscuridad y dureza se encargan de impulsar la sensación de sacrificio anexo a la maldición satánica que no deja de corretear por cada rincón de una película angustiosa y delirante. Observamos a Lanthimos en su máximo esplendor abstracto y violento, obligado a ofrendar su integridad.
Steven Murphy, protagonizado por Colin Farrell, se debate entre el tormento y la soledad del padre desconcertado e impotente  
La enfermedad sin escapatoria se apodera de una familia acomodada. Terror psicológico eferevescente
Sólo hay una cosa que reprochar a esta película en el mejor estilo del Yorgos Lanthimos, y es la artificiosidad inicial de los diálogos entre los protagonistas (Colin Farrel y Nicole Kidman) o esas confesiones púberes por las que todos hemos pasado, creo, pero que vistas en la gran pantalla saben a memez imperdonable: comentarios vagos que sirven para incrementar el aire de vacío reinante. El sacrificio es una vía de comunicación que funciona. La maldición atrapa a los personajes y secuestra al espectador con la fuerza inesperada que sólo la oblación puede aplacar aunque culpabilidad y tranquilidad sigan presentes más allá del final.
Martin y Kim Murphy (Raffey Cassidy) son la adolescencia coqueta y sórdida de Lanthimos  
Stephen Murphy (Colin Farrel) junto a su esposa, Anna (Nicole Kidman) esperando un desenlace

El ritmo pausado en el plano no camufla su intencionalidad constrictiva, ansía castigo en busca del abatimiento progresivo. Lanthimos saca el mejor lado del Haneke claustrofóbico, destructor de la familia, que hace del escarmiento sofisticación enfermiza.

J. G.


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