Ser malo está de moda. Eso es lo que quieren trasmitir los guionistas de
“GRU3 - Mi villano favorito”, la nueva secuela de un villano que, con el paso de los años, se ha recovertido en un ciudadano ejemplar, borrando de sus ademanes la comicidad patosa que a todo bicho malvado acompaña en la animación. El ritmo vertiginoso inicial de esta secuela la convierte en candidata al entretenimiento inteligente, combinando música y acción con acierto. Los primeros minutos hacen de una tercera entrega, apoltronada como historia interminable, el principio de algo comestible.
El tiempo ha transformado el calvo y corpulento GRU en ciudadano modélico de una sociedad con sabor a
lIllumination. Porque si algo tiene esta película es la marca de los estudios radicados en Santa Mónica que, de nuevo, se superan a nivel técnico. Las imágenes son peluches afeitados más de tocar que de observar. La falta de ideas campa como sombra tenebrosa por el universo GRU en forma de plaga continuista. Estamos ante más de lo mismo donde sólo varía el papel de los personajes; donde los malos se niegan a desaparecer; donde surgen hermanos sorpresa, tan desmelenados como tontorrones. La acción se estanca en unos protagonistas que, sin sorprender, intentan llenar la pantalla con personalidades estrambóticas (GRU y DRU); caricaturescas (la madre de GRU, animada por la voz de Julie Andrews); dulces, como las hermanas Margo, Edith y Agnes, por quienes el tiempo no pasa: algo que hace sospechar de su carácter humano. Sin olvidar al punto negro de la película, Balthazar Bratt, que, tras superar los problemas del acné, permanece fiel a su frustración de inmaduro rocambolesco.