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LA VIDA CONSAGRADA AL CINE DE VOLKER SCHLÖNDORFF
El director alemán Ken Loach comparte su vida cinematográfica
en la Academia de Cine
J. G.
(Madrid,
España)
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Volker Schlöndorff nació en un momento comprometido de la Historia universal, dentro del nido de la serpiente: Alemania. Sin quererlo, mamó de un acontecimiento que lo marcó toda su vida, y no ha podido separarse de él, como lo demuestran algunas de sus películas. Su carrera profesional lo tiene todo, demostrando una personalidad inquieta al obtener respeto como director de cine, guionista, productor, documentalista y actor.
Uno de los realizadores clave del Nuevo cine alemán introdujo muchas de las características aprendidas de la Nouvelle vague. A parte de gran autor, el cineasta nacido en Wiesbaden es un desconocido en el cine europeo aunque si mencionamos títulos como “El tambor de Hojalata”, “El honor perdido de Katharina Blum” (un alegato de la mujer joven, más allá de su dimensión política) o la más cercana “Diplomacia”, el nombre de Volker Schlöndorff se vuelve familiar. Su última película, “Regreso a Montauk”, le ha traído a España para presentar una cinta donde el valor del recuerdo y la memoria juegan un papel primordial con tintes de dramaturgia intimista.
El director de cintas históricas cumple la norma de todos los grandes hombres: humildad y cercanía. Supo romper el hielo formal desde el principio de una charla en la que no pudo obviar proximidad, y su chapurreo del español, aprendido en México con la ayuda de su primera novia. Volker Schlöndorff, exponente de la nueva ola del cine alemán, es un personaje lleno de humanidad.
Desde que viajara a Francia con 16 años, impulsado por el deseo juvenil de experimentar y ver mundo, hasta hoy, se ha caracterizado por tener alma inquieta. Relataba sus comienzos en el mundo de la imagen a los 13, cuando compró una cámara fotográfica pensando que ésta hacía las películas. Desde un principio, quiso ser camarógrafo y aún hoy se siente artesano de la imagen que busca atrapar el instante de la gente en la vida real. |
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A mediados de los años cincuenta del siglo XX, se lanzó a la oportunidad de aprender el idioma galo (a través de una anuncio) y las puertas se abrieron ante sus ojos de manera esperanzadora. Tras acabar en París, y viajar desde la capital francesa hasta Finisterre, el joven protestante, cosas de la vida, terminó su periplo en un internado católico. El sacerdote que lo recogió estaba encargado del cine y teatro dentro del internado (otra coincidencia que fue marcando su destino). Dicho sacerdote, encargado de los eventos culturales relacionados con la imagen, les dirigía en el escenario improvisado, convirtiéndose en su primer contacto directo con el cine.
Conoció Francia con la Nouvelle vague en la época de Brigitte Bardot, mientras París se convertía en la ciudad del cine. La infancia transcurrió paralela al inicio de una etapa europea que alumbraba el florecimiento de un continente arrasado por la contienda internacional. La coincidencia con Bertrand Tavernier en la misma escuela, y aula, engarzó una relación que les alentó a ser cineastas. Un escalofrío recorre la sangre cinéfila de la audiencia atenta a sus palabras embebidas en la tranquilidad de un corredor de fondo, reviviendo el encuentro entre dos chiquillos llamados a convertirse en dos grandes cineastas de todos los tiempos hasta su preparación para optar al ingreso en el IDHEC. Las palabras de Volker Schlöndorff transmitieron satisfacción y calma, enriqueciendo la biblioteca del conocimiento cinematográfico más íntimo de su figura.
Su pericia convenció a Malle para asistir durante unos días al rodaje de su primer largo, “Ascensor para el cadalso” y a sí fue como Schlöndorff pudo entrar en el mundo del cine sin pasar por la prestigiosa escuela francesa. Transcurridos dieciséis días, fue el único ayudante que quedó, y, al cabo de un mes, Melville le nombró director asociado con Belmer y Leon Maran. La experiencia de trabajar en el cine, afirmó el director germano, es la mejor escuela para conocer el mundo cinematográfico desde dentro.
Su vida cinematográfica ha estado influenciada por tres grandes del séptimo arte: Louis Malle (característico por sus gorras y tirantes, agradable, insolente, divertido, encantador, lleno de chispa); Alain Resnais (dueño de una figura hierática y estilizada que imponía era sinónimo de paciencia, perseverancia y trabajo) y el ya mencionado J. P. Melville (siempre envuelto en un abrigo negro; vistiendo en el cine como sus personajes: totalmente impasible). Su seducción era la intimidación: una fachada que escondía a un hombre amable. Volker Schlöndorff en ningún momento intentó imitarlos sino buscar su propio camino desde el rodaje de “Viva María!”, en México, a las órdenes de Louis Malle. |
Las palabras desprendidas de este encuentro con el público español dibujaron una persona llena de aspiraciones ambiciosas, capaz de olvidar su vida privada como el protagonista de “Regreso a Montauk”. El documental de Alain Resnais “Noche y niebla”, sobre los campos de concentración nazis, impactó en Slöndorff, quedándose grabado como ejemplo de la documentación más directa sobre las atrocidades humanas.
Conoció a Margarethe von Trotta, su esposa hasta 1991, a Rainer Fassbinder, a Werner Herzog, Win Wenders, sintiéndose parte de su cultura. La relación con von Trotta se rompió porque ella perseguía ser directora y “Golpe de gracia” significó la última colaboración entre ambos, con Volker como director y productor mientras que von Trotta trabajó, junto a Gegneviève Dormann y Jutta Brückner, en las labores de coguionista.
Su primera película, “Las tribulaciones del estudiante Törless” (de cuyo guión y dirección es responsable), le recordó la crueldad vivida en el internado católico. Es una pequeña muestra de la brutalidad juvenil; de lo que ahora se llama bulling. Ganadora del premio FIPRESCI en 1966, fue un ejemplo del joven cine alemán, como se dijo en Cannes.
Los personajes de Volker Schlöndorff son héroes solitarios que proceden de su temperamento y de la época que vivió, sin inspirarle jamás importancia los héroes. |
Los acontecimientos políticos vividos hizo que las promesas del cine alemán, entre las que se encontraba Volker Schlöndorff, fueran críticas con la cúpula política, social, jurídica y pedagógica de un sociedad que había formado parte de un pasado sucio llamado nazismo. El grupo al que pertenecía el cine de Munich quería sacudir al mundo dentro de su unidad, viviendo muy de cerca la época de Baader-Meinhof y sufriendo una caza de brujas al ser considerados simpatizantes de los terroristas, los efectos colaterales ocasionados por la guerra del Vietnam así como los de la ocupación rusa en Polonia, políticamente permitida. Con anterioridad, Europa había quedado arrasada por Hitler.
La anécdota ha reinado en las palabras de un realizador necesario para conocer mejor el cine europeo, descubriendo la faceta de hombre accesible y mente despierta que ha narrado su experiencia como una figura imprescindible en la historia del arte audiovisual reciente. |
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