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UN CUENTO FAMILIAR Y ECOLÓGICO
Película "La escuela de la vida"
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha Técnica |
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Entrevista al director |
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El tono oscuro con que comienza una historia de cuento convertido en clásico advierte la presencia de un ambiente grisáceo y represor. En 1927, el gobierno francés buscaba desesperado hogares a niños sin familia afectados por la Primera Guerra Mundial. Se olfatea el preludio de una contienda aunque el mundo del orfanato lo despista. La desconfianza campa ancha custodiada por barrotes de educación rigurosa. Los niños se apoltronan como sacos muertos consumiéndose entre montañas de soledad. Paul, interpretado por el joven actor Jean Scandel, es inquilino de esta ratonera en los suburbios parisinos. Las hadas madrinas se pasean por su moho de vez en cuando y hacen que la salvación de esta cárcel no sea una coincidencia azarosa sino el fruto de una búsqueda antaño perseguida. Célestine (Valérie Karsenti) saca de la penuria emocional a un chaval retraído y desconfiado que ha hecho del recelo el escudo con que protege un mundo de carestía afectiva. El universo descubierto ante los ojos del muchacho se nutre del paisaje agreste, de los sonidos y colores boscosos y de personajes extremos que aman la campiña a su manera.
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Los valores humanos se fomentan entre la frondosidad de Sologne, donde el director Nicolas Canier vivió su infancia. El aspecto autobiográfico, junto a la estampa de recordatorio, se sumergen en la abundancia de humedales y campos despeinados lejos del formalismo racional imperante en los parterres que cercan los castillos franceses. Esta belleza silvestre está habitada por Totoche, un personaje que venera el respeto a la Naturaleza, un espíritu libre que enseña a amar la delicadeza de las cosas sencillas gracias a una fotografía llena de color y emoción, suave. Le da vida François Cluzet, embajador reconocido del cine francés por Intocable, Un doctor en la campiña o Pequeñas mentiras sin importancia. Existe una lucha cómica entre el conocedor de los secretos que el monte de Sologne encierra y Borel, guardián de un bosque convertido en zona militarizada particular; ambos tienen en común la defensa del paraje natural. Esta fidelidad sobrevalora su trabajo hasta límites obsesivos descuidando las atenciones maritales mientras el espectador no puede menos que sonreír. Uno es autónomo, el otro se deba a su señor y su rango. Así son Totoche y Borel jugando a gato y ratón: tiernos. |
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Estamos en el mundo loco de los años 30 al estilo burgués, opuesto a la melancolía de un conde que mantiene vivo la memoria del pasado nostálgico. No pueden faltar las malas hierbas unidas al destino por los lazos sanguíneos, los perjuicios egoístas de una intervención tóxica cuando su inmadurez sube de categoría familiar. La rebeldía de la juventud, la senectud lánguida, la ociosidad materialista que divide a la sociedad en dueños y esclavos, hijos encontrados y perdidos, el desenlace previsible de un cuento repetido, el melodrama con apuntes victorianos adaptados al siglo XX caminan juntos.
Sin ser una película de folletín, La escuela de la vida rellena los espacios familiares del fin de semana sin caer en el desagrado. Es una lección de humanidad y amistad, picardías e intenciones maternales de corazón enorme defensora de valores sanos que tanta falta hacen a la sociedad actual. El recuerdo a Charles Dickens está presente en un relato con vocación humana propensa a liberar lágrimas con una sonrisa entre los labios. |
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